La reciente encuesta Invamer Gallup (marzo/2018) resultó sorprendente por la amplia ventaja que toma Iván Duque sobre sus rivales. Pero, además, por un dato que desconcierta y hace rabiar a personajes poderosos de la vida colombiana: el expresidente Uribe goza de un 61 por ciento de imagen positiva.

La reciente encuesta Invamer Gallup (marzo/2018) resultó sorprendente por la amplia ventaja que toma Iván Duque sobre sus rivales. Pero, además, por un dato que desconcierta y hace rabiar a personajes poderosos de la vida colombiana: el expresidente Uribe goza de un 61 por ciento de imagen positiva.

No es algo inusual en él puesto que desde el año 2002 mantiene cifras favorables siempre por encima del 50 por ciento, incluso en algunos momentos alcanzó un 85 por ciento. No hay forma de dudar de la firma encuestadora mucho menos de pensar que quienes ordenaron la encuesta, medios críticos y opuestos a él, hayan querido favorecerle.

Es increíble que los especialistas en los estudios de imagen y los académicos que se ocupan de analizar los hechos políticos no se hayan interesado de estudiar la extensa duración de estos niveles de aceptación a pesar de las más intensas campañas de desprestigio y sistemáticas acusaciones adelantadas en su contra.

Sus detractores han ensayado las más rebuscadas explicaciones, desde la de sostener que es un hábil manipulador del culto a la personalidad, mostrarse como un mesías o infundir miedo, sin que ninguna logre encajar con los hechos de su vida. No tiene un aparato de propaganda y publicidad, no defiende ideas esencialistas o fundamentalistas ni ha ejercido el poder por fuera de los márgenes democráticos.

Algún comentarista se atrevió a decir que Uribe, dotado de un megáfono y de twitter, venció a todos los poderes que apoyaban el sí en el plebiscito del 2016.

Tiendo a pensar que hay al menos cuatro razones a las que se presta poca atención para entender este fenómeno llamado Álvaro Uribe Vélez: sus amplias capacidades de liderazgo, sus conocimientos de los asuntos del Estado, su temperamento fuerte que lo hace resistente a los ataques y la torpeza de sus rivales y enemigos que lo han endiosado convirtiéndolo en invulnerable.

A Uribe le han fabricado rumores y acusaciones desde que fue alcalde de Medellín en las horas oscuras del nacimiento y expansión incontrolable del narcotráfico y los carteles mafiosos.

Trataron de aplastarlo por ser el promotor de la Ley 100 y de otras leyes que, como senador del partido liberal, sustentó en el Congreso de la República. No se le bajaba de neoliberal y más derechista que el presidente de la apertura económica, César Gaviria y su ministro de Hacienda Rudolf Hommes hoy en las toldas del liberalismo socialista.

Como gobernador de Antioquia (1995-1997) lideró una política de autoridad y orden que fue tildada de guerrerista y autoritaria por sus rivales. Fue señalado de haber fundado cuando no de ser el jefe de las autodefensas o grupos paramilitares por haber permitido las cooperativas de seguridad, las convivir, apoyado en leyes de César Gaviria y en decretos de Ernesto Samper y Horacio Serpa.

Desde entonces, las izquierdas de todos los matices, obviando el dato del origen presidencial de esa directiva, organizaron contra él una campaña de denuncia sistemática, denigrante e implacable que aún perdura.

Finalizando un siglo e iniciando el otro, confluyeron en tal “misión” todas las izquierdas, todas las guerrillas, un sinnúmero de ONGs defensoras de derechos humanos, los principales medios, columnistas, poetas y congresistas mamertos, liberales y progres y la intelectualidad socialbacana. El objetivo era y sigue siendo hundir a Uribe tal como lo expresó el congresista electo del petrismo y cineasta Gustavo Bolívar.

Siendo presidente y habiendo puesto en marcha su exitosa política de Seguridad Democrática, la campaña escaló, le hicieron montajes, le inventaron historias tétricas, escribieron libros, crónicas, brochures, carpetas lujosas, boletines, sobre su “oscura y criminal trayectoria”. Le realizaron mítines en Colombia y en el exterior, lo sabotearon en universidades negándole la palabra.

Sin embargo, a sus perseguidores nada les dice que al cabo de esos treinta años de acuciosa vocinglería, organizada con lujo de recursos, con una avasalladora propaganda y publicidad que envidiarían nazis, comunistas y fascistas, no hayan podido llevarlo a los estrados judiciales.

Un exjefe militar del M-19 que escaló posiciones en la magistratura le aplicó la teoría Roxin consistente en atribuir a un hombre superpoderoso la emisión de políticas y órdenes criminales, con la que fueron enjuiciados los comandantes nazis.

Apoyado en la etérea noción de contexto, ese magistrado presentó como prueba reina contra Uribe una metáfora: “¿Cómo es posible que alguien se lance a una piscina y no se moje?” similar a la que nos aplican a los colombianos en el exterior cuando nos tildan de narcotraficantes por ser nuestro país el mayor exportador mundial de cocaína.

Uribe tendría todas las de perder porque se mete en todas las candelas, no guarda agua en la boca, se desaliña, se ofusca, se le desliza la lengua y reconoce ser un gamín de la política, y, además, cuenta con la animadversión de la Corte Suprema de Justicia, de Fiscales generales, de senadores encumbrados como Carlos Gaviria, Gustavo Petro, Iván Cepeda, etc., de los grandes medios, de reconocidos periodistas como Darío Arizmendi, Yamid Amat, Néstor Morales, Félix de Bedout, Julio Sánchez que desayunan, almuerzan y cenan con Uribe de menú, de guerrilleros reinsertados convertidos en faros morales como León Valencia, de sociólogos de la lucha armada como Alfredo Molano, de poetas y escritores extraviados de su vocación como William Ospina, de columnistas que se ensañan cada ocho días contra él como perros rabiosos tipo Ramiro Bejarano, Antonio Caballero, Cecilia Orozco, Cristina de la Torre y familia, y de un numeroso club de loros aprendices del rumor, la insidia y la calumnia que imitan a Daniel Coronell.

¿De qué material está hecho este hombre que resiste tamaña embestida, siendo que en su contra han coincidido los grandes poderes del país? Quienes predican la reconciliación nacional lo excluyen a él, a su familia también vituperada y a sus millones de seguidores de tal propósito. Y hay miembros de las elites tradicionales y empresarios poderosísimos que para cerrarle el paso apoyan proyectos y líderes populistas y de extrema izquierda.

¿Será que hay alguien que estudie, sin insultar, este fenómeno de la política colombiana y latinoamericana, que, muy a pesar de todos sus enemigos, es el dirigente político más querido por los colombianos? No lo digo yo, las encuestas en los últimos 16 años.

Por: Darío Acevedo Carmona

Publicada en: El Espectador