Álvaro Uribe ha sido en las últimas décadas el líder más importante del país. Aunque para sus contradictores atormentados sea difícil aceptarlo, los logros de sus políticas de seguridad democrática, confianza inversionista y cohesión social, aplicadas con agudo sentido político y amor por la Patria, permitieron salvar a la Colombia fallida de hace dos décadas, iniciar desde su gobierno la ruta de recuperación económica y social, y hacer viables las negociaciones con una guerrilla debilitada.
 
A pesar de los infames intentos por silenciarlo, Uribe ha sabido luchar a capa y espada para seguir dando la batalla que muchos apoyamos. Sus adversarios no han podido sacarlo de la arena política. No se amilanó como presidente cuando combatió al terrorismo que tenía sometido al país y que en 2002 lo recibió con las bombas lanzadas por las Farc muy cerca a la Casa de Nariño.
 
Tampoco ha aflojado en sus luchas políticas como senador, ni ante la escandalosa infiltración contra el Centro Democrático en la elección de 2014, ni en la decisión del Estado de desconocer el resultado del plebiscito sobre los acuerdos de La Habana, ni ante la polarización promovida por el Gobierno saliente en su contra. Nada ha minado su energía como valiente defensor de sus convicciones y guerrero incansable por el futuro de Colombia.
 
El caso judicial que enfrenta es una nueva prueba a su carácter de la que, estoy segura, saldrá adelante. Sin embargo, no es gratuita la preocupación ciudadana sobre el desarrollo del caso.
 
Primero, porque la investigación comienza con filtraciones selectivas de testimonios e información judicial, que afectan la reserva sumarial y las garantías procesales del investigado, y plantean dudas sobre la imparcialidad esperada de funcionarios que tienen acceso a tal información. Más, cuando se trata de un proceso en una Corte desprestigiada, la del escándalo del Cartel de la Toga, la que ha dilatado la implementación de la doble instancia, y la que extrañamente no aceptó escuchar al expresidente en versión libre.
 
Segundo, por la actitud de algunos medios que, en ejercicio de la libre expresión, no han evitado sesgos informativos que generan falsas ‘verdades’. Escuchamos en las noticias diarias periodistas que se apropian de la información filtrada sin contexto y, sintiéndose jueces, presentan los casos como si estuvieran en estrecho contacto con ellos.
No miden consecuencias de su injerencia en la función judicial, y lanzan juicios de valor que atropellan la presunción de inocencia, en una sociedad susceptible a aceptar sin rebatir las versiones noticiosas que consume. La ética y el rigor del periodismo parecen cosa del pasado.
 
A esto se suman los opositores políticos de Uribe que en el Congreso y otros escenarios promueven con evidente oportunismo más desinformación y lanzan condenas públicas, anticipándose a las decisiones que tal vez ellos esperan de los jueces, generando indebida influencia en ellos y aniquilando la separación de poderes.
 
El caso será una prueba superior para nuestro Estado de Derecho y para la credibilidad de instituciones judiciales que deben actuar con imparcialidad conforme a la Constitución.
 
Como gran luchador que es Uribe va a defenderse con éxito de los señalamientos, para que prevalezca la verdad. Por el bien de nuestra democracia, ojalá así ocurra. Buena suerte, Presidente. ¡Estamos con usted!
 
Por: Claudia Blum
Publicada en: ElPaís.com.co