Por: María Fernanda Cabal
Bogotá, agosto 31 de 2018 (CD). Colombia se debate diariamente entre la esperanza y la incoherencia; entre los derechos y la contradicción. Hace tiempo ya que nos invirtieron la forma de ver la realidad y de calificarla. Hasta el lenguaje ha sufrido golpes de “inclusión social” y las reglas gramaticales se convirtieron en una quimera frente al garrote feminista.
Poco a poco, modificaron nuestra historia hasta llevarnos a un punto de distorsión de la verdad, que al mismo tiempo que la sociedad se levanta decididamente para condenar ciertas conductas con determinación, permitimos que nos gobierne la falsa moral a través de una estrategia ambigua que tuerce la ley y deshace nuestra Constitución.
Algunos ejemplos: El gobierno de Juan Manuel Santos vendió una paz inexistente (¿o la compró?) poniendo toda la basura debajo del tapete, para que luciera perfecta, en especial ante la comunidad internacional. Hoy, ya descubierto lo que hay debajo, la realidad es que la coca invadió todos los rincones de la patria, bajo la excusa de la erradicación concertada con las comunidades y ocupamos el triste y deshonroso lugar de principales productores y exportadores -además de consumidores-, sin contar con la estela de muertos que deja en las zonas de control territorial de los ilegales.
En otro ejemplo, observamos el protagonismo de la JEP o Tribunal para La Paz que, sin facultades y sin reglamento, ordena la suspensión de la extradición de Jesús Santrich -a pesar de encontrarse delinquiendo en fecha posterior al acuerdo-.
No se queda atrás la “Honorable” Corte Constitucional, tribunal de cierre y de vigilancia de nuestra Carta Magna, garante de los Derechos Humanos, que hace pocos días en sentencia de constitucionalidad sobre el procedimiento de la JEP, declaró los delitos sexuales contra los niños como conexos al conflicto; desconociendo la prevalencia de sus derechos y enterrando la posibilidad de castigar a todos aquellos que atenten contra ellos.
Adicional a esto y, como contribución al caos institucional, esta misma Corte pretende obligar a que Colombia incumpla los tratados internacionales en la lucha contra el lavado de activos y el narcotráfico, para no extraditar a ningún guerrillero.
Este efecto colateral de la paz, hace que la figura de la extradición desaparezca para los miembros de este grupo narcoterrorista, incluso para aquellos que continúan delinquiendo; en una especie de “patente de corso” para delinquir sin consecuencias reales.
Pero las sorpresas no acaban ahí: Hace poco, el Consejo de Estado expidió una sentencia que condena a la Nación por los actos terroristas cometidos por las Farc en el Club El Nogal. Sorprende ver cómo este alto tribunal de lo contencioso exonera a los asesinos que dieron muerte a 37 seres humanos inermes y compra la tesis de la responsabilidad del Estado. Una vez más, se invisibiliza a los bandidos y se distorsiona la verdad demostrada con hechos.
Y lo surrealista continúa. Veamos lo que sucede con la consulta anticorrupción. Como un episodio de una comedia, el Partido Verde inició con bombos y platillos la promoción de esta actividad electoral, invocando el rechazo a una de las conductas más despreciables en países como el nuestro.
Este mismo partido, no siente vergüenza alguna frente a que su reciente electo senador Antanas Mockus, esté abiertamente inhabilitado por acceder a recursos millonarios del erario a través de su Corporación Corpovisionarios y servirse de eventos financiados con ese dinero, en clara ventaja frente a otros candidatos. Tampoco se ruboriza porque, hace apenas un par de días, hubiera sido detenido el promotor de la consulta en Neiva… ¡por corrupción!
Pero eso no importa. Ni que Prada apareciera derrochando recursos del Sena y contratando a su familia, ni los vínculos del gobierno Santos con Odebrecht, ni la laxitud con el Eln que sigue secuestrando, asesinando y extorsionando.
Este es mi país. El país en donde los deseos se convierten en derechos y los derechos son solamente para quienes los vulneran. El del mundo al revés, el país que amamos pero que todos los días nos exige hacer el esfuerzo por recomponer lo descompuesto, para seguir creyendo en lo que casi ya nadie cree: que esto, algún día, sí puede cambiar.