Entre retazos de historia, entre el Cantar y la leyenda, es parte del imaginario español la imagen del Cid ganando una batalla después de muerto, amarrado a su caballo Babieca, porque su presencia era suficiente para motivar a la soldadesca y asustar al enemigo, y su ausencia, por el contrario, era el riesgo de la derrota.

Al mito del Cid llegué reflexionando sobre la política colombiana de las últimas décadas. Comenzando el primer gobierno de Uribe, en 2002, el país estaba colapsado; los habitantes de las ciudades secuestrados en ellas y, en el campo, eran los años en que los ganaderos eran asesinados por decenas, secuestrados por centenas y extorsionados por miles.

De ese estado sacó al país Álvaro Uribe, y por eso se convirtió en símbolo para los luchadores por la libertad, pero también en el símbolo por atacar para las guerrillas comunistas -el mayor anacronismo colombiano-, la izquierda “democrática” devenida en progresismo, y claro, por nuestro mal de males, el narcotráfico.

Del símbolo al mito solo hay un paso y tan obsesiva persecución, política, mediática y también judicial, ha convertido a Uribe en un mito, motivador para el triunfo de unos y riesgoso para la derrota de otros.

El tema está sobre el tapete con la llamada a juicio al expresidente Uribe, no porque realmente sorprenda, después de 12 años de un proceso que ha sido “jurídico” en lo funcional, pero “político-vengativo” en sus objetivos, sino por las circunstancias que rodean la decisión de la nueva Fiscalía: su “reversazo”, ese sí… ¿sorprendente? después de dos solicitudes de preclusión; el oportunismo de su anuncio el día de las víctimas, mostrándolo como reivindicación de presuntas víctimas del expresidente; y la sospecha de ser carnada para una ley de punto final que metería en un mismo saco a inocentes convertidos en culpables, con criminales sentados en el Congreso y hasta gestores de paz.

¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas?, preguntaba Jesús a sus discípulos para alertarlos sobre los falsos profetas. “Por sus frutos los conoceréis”. Conozco personalmente al presidente Uribe, lo aprecio y lo admiro, sí. ¿Por qué?; por sus frutos de excepción para el país; es decir, podría admirarlo sin conocerlo, como podrían rechazar los discípulos de Jesús a un falso profeta por sus malos frutos.

Las series históricas de Invamer miden la opinión en términos de si las cosas mejoran o empeoran sobre múltiples aspectos, pero solo en inseguridad, narcotráfico, economía, lucha contra la pobreza y corrupción, con cifras desde 2008, la percepción más positiva se dio durante los dos últimos años del gobierno Uribe.

Cuando se pregunta si, en general, las cosas en Colombia mejoran o empeoran, con series desde 1994, la respuesta más optimista es clara durante los años del gobierno Uribe; y por eso, cuando terminó su mandato, 80 de cada 100 colombianos aprobaban su gestión.

No seré yo quien juzgue a jueces y fiscales, pero sí quedan preguntas, muchas de ellas recogidas en la “digna e indignada” respuesta de Uribe al escrito de acusaciones.

Entre tantas, hay una, para mí, inquietante. El llamado “Tuso Sierra”, a quien la justicia de Estados Unidos dio total credibilidad, fue famoso en su momento, pues lo visitaron los senadores Iván Cepeda y Piedad Córdoba, quienes, según él, le ofrecieron beneficios si les contaba lo que supiera sobre los Uribe. Para lo mismo lo visitó el hoy ministro Velásquez, y también el periodista Giraldo, como mensajero de otros altos funcionarios. Sin embargo, la Corte Suprema no quiso escucharlo, ni hoy la Fiscalía parece querer hacerlo.

Mientras tanto, crece el mito de un nuevo “Campeador” invencible en la política colombiana.

@jflafaurie

12 de abril de 2024