Moderno, promotor, buscador de consensos, ilusionado con la unión, dispuesto a gobernar sin espejo retrovisor y amigo de que la economía sea dinámica.

POR: CARLOS HOLMES TRUJILLO GARCÍA

En las campañas presidenciales pasan muchas cosas. Tantas, que la historia de las democracias está llena de anécdotas sobre los saltos mortales de algunos aspirantes con el fin de seducir votantes que los rechazan por sus posiciones extremas. Y, también, de lecciones acerca de que las supuestas nuevas visiones de los extremistas son apenas estrategias electoreras para engañar incautos.

Los ejemplos más cercanos son los de Fidel Castro y Hugo Chávez. Los dos se dieron a la tarea de tranquilizar, entre comillas, al mundo libre acerca de sus verdaderas intenciones. Pero, como se trataba de un maquillaje que duró lo que dura una ilusión pasajera, muy rápidamente se hicieron evidentes sus reales propósitos. La Venezuela de hoy, y el sufrimiento del hermano pueblo, liberan al autor de estas líneas de hacer una descripción detallada de las consecuencias que tienen esos pasos equivocados.
Petro ha dicho y hecho tantas cosas que preocupan y generan rechazo a lo largo de su prolongada vida pública, y ha manifestado tan insistentemente su coincidencia con el pensamiento chavista, que la pretenciosa absolución que quiere darle Antanas Mockus causa hilaridad, para decirlo en términos suaves.
Con mayor razón, toda vez que el escenario teatral que diseñó para hacerlo resultó idéntico al de la firma en mármol con la que Juan Manuel Santos prometió no subir los impuestos. El hoy Presidente lo hizo sobre los tributos, y ahora el candidato del profesor le firma sobre piedra 12 puntos para recibir un baño de santidad.
La suerte de ese show sería la misma mala realidad que ha vivido el país con aquello a lo que se comprometió como candidato el jefe del Estado, e incumplió. Esa lección ya la aprendió Colombia, y está fresca. Además de la firmita, al estilo Santos, el ex guerrillero, exrepresentante a la Cámara, exsenador, exalcalde de Bogotá y exdiplomático dice que es el cambio frente a Iván Duque, de 41 años, que está planteando unidad, legalidad, emprendimiento y equidad.
Esto produce más que hilaridad. Las opciones que tienen los colombianos, para decidir entre ellas, son Duque y Petro, y los modelos de desarrollo del país que plantean los dos. El primero, contemporáneo y moderno, promotor de la economía naranja, buscador de consensos, ilusionado con la unión, dispuesto a gobernar sin espejo retrovisor, amigo de que la economía sea dinámica, solidaria y cristiana, amante del diálogo popular, sin tacha alguna en su hoja de vida, con carácter y respetuoso.
El segundo, con historia en una organización armada ilegal, dueño de un discurso que divide e invita a la lucha de clases, inspirado en concepciones que favorecen el estatismo paralizante, y con una visión ideologizada de la administración, que desconoce la importancia del trabajo conjunto del sector público y el privado para prestar bien y eficientemente los servicios a que tienen derecho los ciudadanos.
Digan lo que digan los llamados mandamientos, qué pretensiones mesiánicas, Dios nos ampare. Los hechos son los hechos, y estos se convierten en la evidencia de que Iván Duque es el candidato del cambio. Votaré por él con esperanza y entusiasmo e invito, con respeto y afecto, a acompañarlo.