Por: María del Rosario Guerra
Esta semana se conoció el Índice de Paz Global 2018, que realiza anualmente el Instituto de Economía y Paz de Australia. Preocupa que Colombia aparezca registrada en el lugar 145 entre 163 naciones evaluadas, a la par de países como Siria, Afganistán, Líbano, Corea del Norte, Paquistán, Libia y la República Democrática del Congo.
Según este análisis, es nuestra nación la menos pacífica de todo el continente americano. Para entender la gravedad de la situación basta un ejemplo: Venezuela, sumida en la dictadura de Nicolás Maduro y presa del hambre, la miseria y la tiranía, ocupa la casilla 143, dos por encima de Colombia.
Ese único referente debería encender todas las alarmas.
El Índice de Paz Global mide variables como las guerras internas y externas, los niveles de violencia y criminalidad, así como la inestabilidad política y la población desplazada. Deja en evidencia, además, que los países en los últimos lugares del escalafón son víctimas de bajos niveles de transparencia y altos índices de corrupción.
Este análisis externo e independiente, libre de cualquier interés político, reafirma lo que tantas veces advertimos: el ilegítimo acuerdo entre Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Farc no significó la paz para Colombia. Al contrario: la impunidad, las concesiones a los victimarios y la debilidad del gobierno al momento de defender a la ciudadanía fortalecieron a las mal llamadas “disidencias”, a los grupos armados ilegales y a las organizaciones dedicadas al narcotráfico y a la minería ilegal.
El crimen reina en las zonas rurales y cada vez es más fuerte en ciudades y municipios. Las redes de microtráfico se hacen millonarias expendiendo su veneno a nuestros niños y adolescentes en colegios y universidades.
Si bien termina este nefasto gobierno y el presidente responsable de que se perdiera la confianza en la institucionalidad se niega sistemáticamente a reconocer sus culpas, sería oportuno que Juan Manuel Santos y quienes apoyaron un acuerdo sin castigo para los victimarios, por lo menos reconozcan que la paz verdadera solo puede construirse cuando existe justicia, reparación y no repetición. Cuando en lugar de premiar al terrorista se garantizan la verdad y los derechos de las víctimas.
(Fin)