Por: Santiago Valencia G.
Quienes estamos en la vida pública sabemos que nuestros actos no tienen consecuencias privadas, sino que son evaluados por los ciudadanos y juzgados por las autoridades competentes. Es así que todos los servidores públicos tenemos un compromiso ético con nuestros electores y legal con el Estado.
Pero el senador Gustavo Petro parece ser selectivo a la hora de aplicar este principio de lo público, ya que posa de adalid de la moral predicando sobre la transparencia política y señalando a todo aquel que se opone a su discurso demagógico, mientras que, por el otro lado, intenta justificarse al ser descubierto en un video y expuesto a todo el país recibiendo incontables fajos de billetes en una sala oscura mientras los guarda en una bolsa.
Una escena realmente turbia, que el senador Petro aún no aclara después de cambiar varias veces su versión en las explicaciones y cuya única defensa ha sido su eterna estrategia: victimizarse para evadir la responsabilidad.
Esta maniobra la ha aplicado también para no asumir las sanciones impuestas por las autoridades tras las nefastas decisiones que tomó cuando fue Alcalde de Bogotá, posando de víctima al argumentar que es un “perseguido por la oligarquía”. Pero, para refrescarle la memoria y desenmascarar su figura de mártir, es necesario mencionar varios de sus pecados como Alcalde:
- Durante su administración se adquirieron 218 camiones compactadores de basura que presentaron graves fallas mecánicas y no cumplieron con las especificaciones requeridas. Para completar el colmo, no se utilizaron 116 de estos vehículos, lo que significó un detrimento patrimonial de 40.000 millones de pesos. Por esta razón, la Contraloría Distrital le impuso una multa por el mismo valor del detrimento.
- El cambio de esquema de recolección de basuras que decretó Petro de manera arbitraria y autoritaria para quitarle la operación a los privados, violó el principio de libre competencia en el servicio de aseo, por lo que la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) sancionó al Acueducto de Bogotá y a la UAESP con una multa de casi 92.000 millones de pesos, que tuvieron que ser pagadas por estas entidades. Esto generó un detrimento patrimonial para Bogotá y la Contraloría sancionó al exalcalde con una multa por el mismo valor de la que le impuesta por la SIC al Distrito.
- Gustavo Petro redujo de manera injustificada las tarifas de los pasajes de Transmilenio durante las horas valle, contrariando los estudios técnicos y económicos elaborados por Transmilenio y por el Confis, que señalaban la necesidad de mantener o aumentar la tarifa al usuario. Esto generó un impacto fiscal a Transmilenio y lo dejó desfinanciado. Como consecuencia, la Contraloría Distrital le impuso una multa de 217.000 millones de pesos por detrimento patrimonial, la cual se encuentra temporalmente suspendida por orden del Tribunal Superior de Cundinamarca.
- Durante su administración las nóminas paralelas del Distrito aumentaron un 40%, costándole a Bogotá 1,2 billones de pesos al año, incluyendo la contratación de los hospitales, colegios, localidades y demás entidades: En 2011 había 29.659 contratos de prestación de servicios, no obstante, para el año 2014 esta cifra se incrementó a 41.357 y en el último año de administración, se firmaron 39.546 contratos más.
Con solo estos cuatro, de los 591 procesos fiscales que abrió la Contraloría Distrital a la administración de Gustavo Petro en la Alcaldía de Bogotá, queda demostrado que lo que él llama persecución no es más que el resultado de intentar gobernar como un dictador que pretendía pasar por encima de las normas y, contrario a lo que él piensa, debe asumir las consecuencias apenas lógicas de su pésima administración de los recursos públicos y del detrimento patrimonial que causó en Bogotá.
Esta secuencia de fechorías que poco a poco hemos conocido los colombianos y la ya desgastada estrategia de victimización a la que acude para justificarse, han expuesto el retrato de la hipocresía y la doble moral de un político que pretende abanderarse de la ética pública al polarizar el país con un discurso de odio y resentimiento.
Por esta razón, ya sus mismas “ciudadanías libres” y hasta quienes lo habían acompañado y apoyado en su carrera política no le creen. Estamos entonces presenciando la inevitable caída de un líder que intentó subir montado sobre una farsa.