Por: Margarita Restrepo
 
Bogotá, 10 de septiembre de 2018 (CD). Es doloroso ver a nuestros niños, que deberían estar concentrados en las actividades propias de su edad, consumiendo todo tipo de drogas ilícitas ante los ojos impotentes de las autoridades cuyas manos estaban atadas por cuenta de la tesis peregrina de que el libre desarrollo de la personalidad permite que los ciudadanos utilicen sustancias alucinógenas.
Escuelas, colegios, parques recreativos, centros comerciales, calles, bosques y demás lugares públicos están convertidos en centros de distribución de drogas. Niños desde los 10 años de edad –hay casos de niños aún menores- están siendo inducidos al consumo. Los expendedores del veneno eran intocables. En cuestión de poco tiempo, Colombia, además de ser un país productor de droga, se convirtió en un país consumidor; de niños consumidores.
En la campaña política de este año, el Centro Democrático tuvo como una de sus banderas políticas la lucha frontal contra el microtráfico. Nos hemos manifestado en contra de que las calles de nuestro país estén invadidas por expedendores de drogas que se encargan de inducir a cientos de miles de niños al consumo, llevándolos por un camino de perdición en la que en la mayoría de los casos no hay retorno alguno.
En este mes que lleva el presidente Duque al frente del gobierno nacional, hemos visto cómo empiezan a esbozarse las iniciativas necesarias para darle cumplimiento a las promesas de campaña. Una de ellas, el decreto con el que se implementan las herramientas para enfrentar con éxito a las bandas dedicadas al microtráfico de drogas a lo largo y años de nuestra geografía nacional.
No había que perder más tiempo para hacerle frente a esa tragedia que acaba con la vida de miles de personas. Tengo la certeza de que no será una batalla sencilla de ganar, pues estamos ante un negocio que mueve, según las autoridades, más de $10 billones de pesos cada año.
Pero por el bien de la sociedad, de nuestros jóvenes y de las familias colombianas, era imperioso poner en marcha una política de Estado contra el comercio ilícito de estupefacientes en nuestras calles.
Es lamentable la situación que hemos encontrado, luego de la salida del presidente Santos. Nuestro país está perfectamente descuadernado, sin rumbo y en poder de estructuras delictivas.
El gran regalo que Santos le dio a las Farc, además de la impunidad y de presencia ilegítima en el Congreso de la República, fue el de permitir que su fuente de riqueza, el narcotráfico, quedara intacto y con la garantía de que no sería tocado por la Fuerza Pública.
Aquello fue lo entusiasmó a Iván Márquez, El Paisa y a Jesús Sántrich para seguir enviando cargamentos de cocaína a los Estados Unidos, cocaína que pueden fabricar gracias a los cientos de miles de hectáreas cultivadas con plantas ilícitas que no han sido objeto de fumigación.
Tenemos que librar y ganarle la guerra al microtráfico. Cuando obtengamos la victoria, le habremos propinado un golpe demoledor a los grupos delictivos que controlan el negocio del narcotráfico en Colombia, pero sobre todo y más importante, le estaremos garantizando a nuestra sociedad –principalmente a los niños- una vida tranquila, alejada de las sustancias malditas que acaban con la vida de quienes caen en sus garras perversas.