Bogotá. julio 8 de 2018
La estrategia mediática de Gustavo Petro en su camino al poder, arreció en contra del gobierno recién elegido desde el mismo momento en que perdió las elecciones.
Esta vez, dentro de sus episodios más connotados de surrealismo, se vale de los asesinatos que son el producto de la violencia generalizada que se vive -desde hace tres años- en las zonas bajo influencia del narcotráfico, derivado del acuerdo de paz. Petro finge, sin reparos, que se conduele para reclamar esas muertes a un gobierno que aún no ha comenzado.
Pero a él eso no le importa. Sabe que la sensación de odio es definitiva para hacer hervir los sentimientos de sus seguidores, utilizando relatos mentirosos y satanizando a quienes se atrevan a discutirle sus temerarias afirmaciones.
Como es costumbre de la extrema izquierda, el análisis de la investigación criminal y la realidad de los hechos no importan. Aquí hay que incluir a todos los que perdieron la vida, con la misma versión de la sistematicidad, para rotular al Estado como paramilitar. El fin, despreciable éticamente pero valioso para conseguir réditos políticos en un país polarizado, es además atizado por la información de algunos medios de comunicación irresponsables que no vacilan en reproducir el mismo esquema de análisis perverso.
Del mismo modo como construyeron el arma jurídica con la que consiguieron llevar injustamente a la cárcel a cientos de militares, generalizando los falsos positivos, hoy pretenden protagonizar un nuevo episodio con los mismos visos, usando a los líderes sociales.
Jamás ningún “analista” de izquierda tendrá el suficiente juicio moral para hacer ver que uno de los factores determinantes en muchos de los asesinatos ha sido el narcotráfico y el control territorial, que genera el negocio que las Farc, el ELN , el EPL, las Bacrim y todos los grupos que hoy se entremezclan y negocian entre sí, mientras se matan, por el jugoso botín que producen 200 mil hectáreas de hoja de coca.
¿Responsables? Juan Manuel Santos, sus ministros , la cúpula servil de la fuerza pública y toda la falsa oposición de la izquierda, que se atragantó de puestos burocráticos y de todo lo que pudieron rapiñar junto con sus pares de la unidad nacional, así como las asociaciones campesinas, indígenas y de negritudes adscritas a la ideología marxista, que se adueñaron del presupuesto del Ministerio de Agricultura a través de convenios multimillonarios escandalosos -que pronto daremos a conocer a la opinión pública-, dejando a cientos de miles de campesinos sin un centavo tan siquiera para un pequeño proyecto productivo. Y ni hablar de una Fiscalía que destinó sus recursos en contratos absurdos como los de Natalia Springer, en lugar de profesionalizar a su cuerpo técnico de investigación.
Todos son además responsables por venderle al país la falacia de las “familias cocaleras”, que según ellos no tienen otra posibilidad de supervivencia sino el cultivo de la coca, cuando se sabe que detrás están los grandes carteles mundiales del narcotráfico, que somete a todos bajo las órdenes de los ilegales so pena de ser desplazados o asesinados.
En la zona caribeña, cuyo control criminal está liderado por el Clan del Golfo y en donde han asesinado este año a 12 personas, los móviles se ciñen a líderes sociales que estaban al frente de procesos de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos.
Pero esto no le importa a Petro ni a sus odiadores en masa: Luego de publicar una seguidilla de trinos incendiarios por los asesinatos en Argelia, con los que no solamente victimizaba a su partido político de la “Colombia Humana” sino que señalaba al Centro Democrático de propiciarlos, se conoció que las víctimas eran ex-guerrilleros de las Farc y miembros de las “disidencias” y que había sido el ELN quien los asesinó.
Petro hace creer que hay un grupo “de derecha” matando a buenos muchachos de la izquierda, porque, de acuerdo con el nuevo discurso, están en “resistencia”. ¿Contra qué y por qué? Contra la democracia, que no le gusta, pese a que le dio posibilidad de ser alcalde y candidato presidencial.
Para el pensamiento totalitario -fascista, nazi o comunista- como el de Gustavo Petro, es indispensable dibujar en las mentes de sus seguidores fanáticos un enemigo identificable, demonizarlo, caricaturizarlo con cachos y cola, para luego, al llegar al poder, darle muerte.
Ya lo sabemos: la historia nos lo ha demostrado. De todos los demócratas verdaderos depende contrarrestar sus macabros objetivos.