José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
El 20 de junio el país amaneció por primera vez con presidente de izquierda, después de una ruidosa contienda electoral y de una victoria que, si bien no fue contundente -687.649 votos de diferencia-, es indiscutible y debe ser acatada, pues los demócratas no podemos serlo solamente cuando el dictamen de la democracia nos favorece.
Así pues, el presidente electo de Colombia es Gustavo Petro, y alrededor de esa realidad deben concentrarse los esfuerzos de todos los sectores de la sociedad para que, en la medida de lo posible y de los propósitos del nuevo gobierno, el país no se detenga.
En estos días de resaca electoral he recordado uno de los tantos consejos sencillos -la sabiduría siempre es sencilla- de Álvaro Gómez Hurtado: “A la gente hay que creerle”. De hecho, él lo hizo cuando aceptó presidir la Asamblea Constituyente del 91 con uno de los miembros del grupo armado ilegal, el M-19, al que perteneció el presidente electo, el mismo que lo había secuestrado años atrás.
A la gente hay que creerle, y Gustavo Petro, así como se ha comprometido con la Reforma Rural Integral del Acuerdo con las Farc, que coincide con su posición frente a la tierra y el Desarrollo Rural, temas sobre los cuales tuvimos una larga discusión hace unos años, para constatar que representábamos visiones no concordantes, aunque coincidíamos en el objetivo de recuperar el campo y su potencial como factor de desarrollo, también ha hecho un llamado a concertar.
En efecto, Petro, que también tomó prestado de Álvaro Gómez su “Acuerdo sobre lo fundamental”, ha proclamado que su gobierno, en consecuencia, será de concertación…, y “a la gente hay que creerle».
La democracia no es unidad ni unanimismo, y por ello tiene sus reglas, como el veredicto del sufragio, y sus fundamentos, como el disenso, para construir dialécticamente, es decir, a partir de visiones encontradas, nuevos consensos en beneficio del bienestar general.
Coincidimos en que el campo concentra la pobreza y, aunque disentimos en las causas y, por lo tanto, en las soluciones, estamos de acuerdo en lo más importante: la urgencia de cerrar la brecha entre la Colombia rural y la urbana, de recuperar el campo y potenciarlo como factor de generación de riqueza a partir de la producción de alimentos, aprovechando las ventajas comparativas del trópico y nuestra condición de potencia hídrica y biodiversa.
Coincidimos en que no podemos renunciar a la industrialización, pero también en que no es ese nuestro potencial, frente a países con 200 años de Formación Bruta de Capital Fijo desde la Revolución Industrial, y con una delantera inalcanzable en Ciencia y Tecnología. La vocación agropecuaria de Colombia no es un lugar común para los discursos, sino una realidad en mora de ser aprovechada.
Estamos de acuerdo en gravar la tierra improductiva, pero tenemos grandes diferencias sobre el concepto mismo de productividad, cuando solo se fija en el tamaño y desconoce la condición productiva de actividades como la ganadería, así como la realidad de a puño de las enormes carencias de infraestructura básica para la producción agrícola y pecuaria, frente a las cuales la ganadería es más adaptable.
Finalmente, si la actitud es de concertación, como debe ser en democracia, Fedegán está dispuesto a sentarse con el gobierno Petro a confrontar visiones y buscar consensos de acción frente a un objetivo compartido; con independencia, respeto y dignidad; sin perder de vista los derechos y expectativas de los ganaderos, pero atendiendo el consejo de quien fuera mi mentor: “A la gente hay que creerle”. Y ahí estaremos.