José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie

Con título de eliminatoria, mi tema de hoy es inevitable, por la comparación a que obliga el triunfo del comunista Boric en Chile, con la posibilidad de algo similar en Colombia con el progresista Petro.

Siempre teatral, Petro “estalló en llanto” con la noticia y se autoproclamó el Boric colombiano, calificando ese triunfo como un presagio del suyo y el de otra “marea rosa”, con fichas en México, Panamá, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras y ahora Chile, además de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

El antecedente inmediato del repunte de los dos fueron las protestas de 2019 – 2020, contra todo y contra nada, organizadas y financiadas “desde afuera”, defendidas por ambos como expresión pacífica de inconformismo, pero infiltradas por el vandalismo terrorista organizado, que nunca condenaron, porque ambos, desde sus curules, lo asumieron como estrategia de campaña con la instrumentalización “carroñera” de las necesidades populares, multiplicadas por la pandemia.

Comunistas los dos, hoy se disfrazan de “progresistas; Los dos, admiradores de la Revolución Cubana y del Socialismo Bolivariano, reniegan a medias de sus ídolos y hasta se atreven a medio condenar el atropello a los Derechos Humanos del castrismo, de Chávez, Maduro, Ortega y cuanto dictadorzuelo ha parido el neocomunismo del Foro de Sao Paulo en estos países.

La estrategia electoral parece la misma; una primera etapa, en la que se encuentra Petro, con una combinación de consignas del viejo comunismo: antiimperialismo, odio de clases, ataque a la libre empresa, economía centralizada; y apropiación de “las causas buenas”: cambio climático, reconversión energética, inclusión de género, anticorrupción. En la segunda etapa, Boric suavizó posiciones y se volvió “dialogante” para conseguir votos del centro, cual politiquero tradicional, algo que Petro ya intenta, traicionando a quien haya que traicionar, como a las negritudes, y dorándole la píldora a la centro-izquierda.

Boric, revolucionario “millennial”, no ha conocido violencia diferente a la que él mismo lideró, y ha vivido un proceso sostenido de prosperidad. Petro, revolucionario de vieja escuela, entrenado en Cuba y amnistiado de un grupo terrorista que asesinó, secuestró y, aliado con el narcotráfico, masacró a la justicia en su palacio.

Si las promesas de Boric son populistas, las de Petro son extremas y aseguran debacle económica, profundización de la pobreza y, por ahí derecho, centralización de la economía y del poder. Suspender la exploración petrolera, impuestos a la minería extractiva, expropiación de tierras, extinción de fondos de pensiones, ingreso gratis de un millón de pesos, control de arrendamientos y emisión desbordada, son propuestas que engañan a los pobres que dice defender y espantan la inversión.

Y como si fuera eliminatoria, así veo la cancha: Una derecha víctima de sus errores, luce avergonzada de serlo y de la verticalidad de sus principios, como Kats en Chile; un “centro” que se le parece, pero más preocupado en no parecérsele, que en demostrar con propuestas su “experiencia”; la centro-izquierda, donde Santos mete la mano sin pudor para defender su Acuerdo y tapar sus pecados, es una colección de egos sin “esperanza”, sobre la cual Petro, en segunda vuelta, espera encaramarse para llegar al poder.

Con lo poco que tiene, Petro asegura puesto en la final. ¿Contra quién? Nadie lo sabe, y en esa confusión irresponsable de la politiquería se desperdiciaron liderazgos claros, como el de María Fernanda Cabal. Boric, como Castillo en Perú y como Petro, son apenas fichas de una estrategia continental, que solo se combate con el orden que garantiza libertad, y la libertad que permite desarrollo y equidad.

¿Qué queremos ser, un Perú estancado, un Chile en reversa o una Colombia hacia delante?