El año entrante creceremos al cinco por ciento. Será un año espléndido. ¿Por qué? Pues porque será el año entrante. Razón suficiente, ¿no nos parece?
Este 2.020, queda para el olvido. Nos olvidaremos de que el desempleo alcanzó cifras descomunales; nos olvidaremos de que nos empobrecimos entre un siete y un nueve por ciento; nos olvidaremos de que fueron lánguidas las exportaciones, lamentable el desempeño de la industria, pobre el del comercio, triste el de los servicios que ahora llamamos la economía naranja. Nos olvidaremos de todo eso, para entrar en la ruta de un crecimiento monumental.
Lástima que la economía no sea tan dócil y obediente a las órdenes que le imparta el jefe. La caprichosa economía no atiende más que sus propias reglas y solo negocia con la dura realidad.
Es verdad que en 2.021 podremos estar al fin de la pandemia del coronavirus. Es posible. Pero las cosas no son como uno las quisiera, sino como son. Y por eso vale la pena de que les echemos una piadosa mirada para saber cuánto le podríamos creer al cinco por ciento de crecimiento, al aumento de todo, al fin de las penurias.
Para nuestra desgracia con el guayabo del primero de enero, porque el 31 de diciembre será para celebrar, recordaremos que estamos endeudados hasta los tuétanos. Lo malo de la deuda es que no hay más remedio que pagarla y mientras se paga toca aquello que llaman servirla. Pues en el 2.021 el servicio de la deuda nos costará algo como setenta billones de pesos. Sin remedio.
Las pensiones van a resultar mucho más costosas, porque la gente tiene el resabio de envejecer y mientras más viejos aparezcan, más pensiones tendrán que pagarse,
Las exportaciones no crecerán como por encanto. La economía no es el país de las maravillas. Y dependeremos del petróleo que tantos detestan y que no aumentaremos en cantidad, eso seguro, y probablemente veremos su declive por tantas trabas y límites que le ponemos a un amigo tan fiel.
Las exportaciones industriales serán tan pobres como este año, o tal vez peores. Cada día somos menos competitivos en un mundo tan cruelmente competidor, la demanda mundial no será particularmente activa y los precios de lo que ofrezcamos serán menos atractivos por esa competencia.
Estas cuentas vienen agarradas de la mano del déficit en la balanza comercial, que está marcando por las vecindades de mil millones de dólares por mes y con el llamado déficit en cuenta corriente que puede terminar este año por los alrededores de quince mil millones de dólares. Se pregunta uno, entonces, cómo cambiar esta lamentable situación del sector externo de la economía. Reducir las importaciones, en lo que estamos, tiene sus límites porque no hay más remedio que comprar afuera lo que no producimos y aún lo que producimos y debiéramos producir mejor, pero el día está lejano.
Las cuentas públicas son una calamidad. El gasto del Gobierno es descomunal, pero la austeridad que no se hizo en los dos primeros años será muy difícil que se logre cuando el sol empieza a ponerse en las espaldas.
No se trata, ni más faltaba, de hacer terrorismo económico. Se trata de adivinar o entender de dónde saca el señor Presidente un crecimiento del cinco por ciento para el año entrante y las cuentas no cuadran.
Pero lo más grave es que no hay tiempo que perder y el aumento del PIB es una necesidad inaplazable. Porque hablar de una economía paralizada es hablar de más pobreza, de más hambre, de mayor cantidad de tensiones sociales, que desembocan fatalmente en desequilibrios que golpean más duro el crecimiento económico.
En los últimos meses ha intentado el Gobierno poner en marcha una economía expansiva, de corte keynesiano. Peligroso esfuerzo que puede desembocar en una onda inflacionaria que lo agrave todo. La crisis ha hecho fácil la tarea de mantener muy bajos los precios. Pero inyectar dinero en una economía parada es una aventura que muchas veces no tiene camino de retorno.
Queremos ser optimistas. Es viejo aquel dicho de que un pesimista es un optimista bien informado. Así que en trances como este de ahora, es necesario como nunca que surja la voz del líder que muestre los caminos mejores que se van a transitar. Para lo que no basta que salga con vaticinios tan halagadores, callando la manera de conseguirlos.
El año que termina nos deja una economía con crueles heridas. Todos queremos mejor el próximo año. Pero el primero de enero es una fecha y no una fórmula mágica. Que es la que uno quisiera cuando tantos pesares se hacen sentir en niveles de desempleo que sencillamente no son soportables. ¿Qué hacer? Que nos lo diga el doctor Duque sin tirar al aire la moneda de una cifra maravillosa.