José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie

De todo, es la respuesta; porque un dictador no tiene límites y poco le importa el sufrimiento de su pueblo, al que siempre podrá dominar con engaño o por la fuerza, y menos aún el daño al que considera su enemigo. Hoy en Rusia está prohibido protestar contra la guerra en Ucrania, y el que lo intente es capturado, como mostraban los noticieros en San Petersburgo.
La distancia entre Rusia y occidente es de ranchera, “cada día más grande”, y una imagen de un especial en The New York Times retrata la situación. El 7 de febrero, cuando Macron fue a Moscú a hacerle show diplomático a Putin, aparecen sentados en las cabeceras de una inmensa mesa, con un “distanciamiento” que el COVID no explica, pero sí el pie de foto, que tomo prestado: “…mientras Moscú continúa reforzando sus fuerzas y realiza amplios juegos de guerra, el presidente Vladimir Putin mantiene la ventana abierta para más negociaciones en un juego calculado de arriesgado intento de persuadir a Washington y sus aliados para que acepten las demandas de Rusia”.
¿Cuáles son esas demandas? La Unión Soviética se disolvió en 1991, pero Ucrania sigue siendo una enorme despensa de alimentos y minerales estratégicos, y por su territorio pasa el 85% del gas que Rusia le vende a Europa. En esas condiciones, Putin recela de una mayor “occidentalización” del país y considera una amenaza su adhesión a la OTAN.
¿De qué son capaces Estados Unidos? De muy poco al parecer. Mientras Biden, hace una semana, emplazaba a Putin con firmeza nada convincente -“Rusia tiene que elegir entre la guerra y todo el sufrimiento que traerá consigo, o la diplomacia…”- Putin ya había elegido y Estados Unidos lo sabía desde 2021, cuando fue evidente que los movimientos militares hacia la frontera con Ucrania eran mucho más que ejercicios de rutina.

Los días anteriores a la “acción militar especial” -¡vaya eufemismo!-, Biden afirmaba no tener dudas sobre la invasión. ¿Y cuál fue la respuesta de Estados Unidos y sus aliados? Sanciones. Sí, como las impuestas a Cuba con el bloqueo desde 1962, y a Venezuela y Nicaragua en este lado del mundo sin que nada pase. No en vano la demoledora reacción del presidente Selenski: «Nos han dejado solos para defender nuestro Estado ¿Quién está dispuesto a combatir con nosotros? No veo a nadie. ¿Quién está listo a dar a Ucrania la garantía de una adhesión a la OTAN? Todo el mundo tiene miedo».
De qué es capaz la ONU: la actitud suplicante de Guterres lo dice todo: “Presidente Putin: En nombre de la humanidad, devuelva sus tropas a Rusia”, como si eso hiciera mella en la hierática personalidad del dictador.
Y a nosotros, ¿Cómo nos afecta todo esto? Mucho, no solo por las repercusiones económicas; un ejemplo nada más, el 42% de los fertilizantes utilizados en Colombia, ya imposibles, provienen de Rusia y Ucrania y se encarecerán aún más.
Pero son más peligrosas las repercusiones geopolíticas. Mientras Rusia invadía, el viceprimer ministro Borisov firmaba en Caracas 20 acuerdos de cooperación, y el histriónico Maduro gritaba ¡Viva Rusia!, anunciando una “poderosa colaboración militar” y el respaldo de Venezuela “para disipar las amenazas de la OTAN y del mundo occidental”. Sobra decir que, de Caracas, Borisov saltó a La Habana y a Managua a hacer lo propio.
¿Por qué es peligroso? ¿Acaso ustedes han leído un trino de Petro rechazando la invasión? Rusia está apoyando y esperando una victoria de Petro para incluir a Bogotá en la próxima gira de Borisov. Así de sencillo.