El amor y el respeto por la vida es algo que debe inculcarse desde que los seres humanos nacemos. Ese regalo maravilloso de Dios para nosotros es algo que debemos atesorar y cuidar, no atacar ni transgredir.

 

Es estremecedor observar el grado de vulnerabilidad en el que están nuestros niños y jóvenes frente a la práctica del suicidio, una mal tildada “escapatoria” a los problemas o dificultades, situación propia de los seres humanos, pero mal manejada por algunos.

 

La tendencia a quitarse la vida parece ir en aumento, situación que preocupa aún más si se tiene en cuenta que parecen no existir programas suficientes ni estructurados de prevención, y tampoco compromiso de las autoridades de salud para mitigar esta grave problemática.

 

Las alertas están encendidas y así lo demuestran las cifras. Entre enero y agosto de 2019 el país registró 1.669 casos de suicidio, de los cuales, 185 fueron menores de edad.  El rango de edad que más casos registró fue el de 15 a 17 años con 111 hechos, y de 10 a 14 años 71 suicidios.

 

Los departamentos que mayor número de suicidios registraron en este periodo de tiempo, según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, fueron Antioquia con 289 y Valle del Cauca con 140, y Bogotá con 246. En todos los hechos, las causas que determinaron la conducta suicida estuvieron ligadas a enfermedad física o metal, conflicto con la pareja, desamor, depresión y dificultades económicas.

 

Pero vamos más allá. Según la Organización Mundial para la Salud (OMS), el mundo registra cerca de tres mil suicidios diarios, lo que equivale a uno cada 30 segundos; lo que ha convertido este problema en la segunda causa de muerte en personas entre los 15 y 34 años.

 

Situaciones como la registrada en el mes de marzo en el Instituto Técnico Superior de Pereira, en la que dos estudiantes, menores de edad y del mismo grado se suicidaron en menos de 48 horas, o la ocurrida con el estudiante de ingeniería de sistemas que se quitó la vida en la Universidad Javeriana el pasado 19 de septiembre, nos cuestionan sobre nuestra responsabilidad como sociedad en este asunto.

 

Lo anterior demuestra que hablar de suicidio no puede seguir siendo un secreto a voces, es un problema de salud pública serio que debe ser abordado por las autoridades y por todos los sectores de la sociedad para generar impacto y prevenirlo.

 

Todo este proceso debe ser acompañado del ingrediente más importante, el de la familia, quien juega un rol clave en la prevención de la conducta suicida. Fortalecer los valores, aumentar el afecto y cuidado, evitar la agresión física y verbal que pisotee la autoestima, y mayor cercanía con Dios, con la vida espiritual, son elementos también muy importantes para combatir este flagelo.

 

Mi invitación a las directivas de colegios e instituciones de educación superior, a las asociaciones de padres de familia, a las secretarias y ministerios de educación y salud es a que intensifiquen campañas que eleven la autoestima de niños y jóvenes, que abran espacios de diálogo sobre el tema y faciliten su acompañamiento. Pertenecer a grupos de cultura, deporte, servicio a la comunidad, religiosos, entre otros, ayudan a generar sentido de pertenencia y motivación a nuestros niños  adolescentes y jóvenes.

No seamos indiferente frente al suicidio de nuestros jóvenes.