Este muy viejo decir es de absoluta actualidad y vigencia. Porque es la economía, estúpido.

Nadie negará el apremio que el COVID significa para el mundo y para nosotros, por supuesto. Pero cuando dejemos atrás esta pesadilla, la economía no nos dará tregua. Y ahí está, ignorada en el examen de la gente, de los doctos, del Gobierno y la prensa, más compleja y desafiante que nunca.

El Representante por Antioquia y el Centro Democrático, Oscar Darío Pérez, sí que tiene claro este panorama.

Solo en febrero nos dirá el DANE el dato de la caída de la economía el año pasado. Pero está dicho que será superior al 7%. Y necesitamos crecer por lo menos al 5% anual para que el país sea viable, la pobreza llevadera, tengan los jóvenes esperanza y para que puedan mantenerse la industria el comercio y la agricultura. En suma, que anduvimos en doce puntos por debajo de nuestro mínimo vital. ¡Y a nadie le importa!

Esa cifra dramática llega con su cortejo inevitable de otras pavorosas desventuras.

La situación fiscal del país no pudiera estar peor. Para que tenga alguna buena idea sobre el tema, lector amable, o para que la recordemos, no ha sido aceptable, ni lo es ahora, un déficit que supere el 4.5% del Producto Interno Bruto. ¿Y en cuanto estamos? Nada menos que en el doble de lo peor. El déficit fiscal es del 9% del Producto Interno Bruto. Semejante disparate fue posible porque los gastos se mantuvieron enormes, los que dejó Juan Manuel Santos, y aún pudieron aumentarse por los que desencadenó el manejo de los efectos de la pandemia. Y el resultados es ese, sin que tengamos manera de discutirlo, maquillarlo o encubrirlo. ¡El 9% del PIB!

Dijimos que los egresos llegaron a cifras descomunales. Pero igual o peor en sus efectos que ese hecho terrible, es el recaudo que la Nación consiguió por todos los impuestos que pudo cobrar en el período. Sin que entremos en discusiones baladíes, como la que plantea el Gobierno con cuentas absurdas, hay una medida que no admite debate, ni fechas ni artificios. Y es la que se obtiene de la comparación entre esos ingresos y los del año inmediatamente anterior. Y nos resulta, de ese cotejo elemental, que en el 2.020 los recaudos fiscales fueron inferiores a los del 2.019 en más del 7%. Eso vale, hablando en plata blanca, cerca de veinte billones de pesos. Ya se comprenderá la magnitud del hueco que se abrió a los pies de esta pobre y comprometida economía.

Para decirlo en palabras sencillas, el déficit fiscal es absurdo, inmanejable, insoportable.

Esa cuenta no puede remediarse sino con una casi brutal disminución del gasto, que no se hizo cuando se pudo y se debió hacer, o lo que resulta siempre más fácil y provocativo para todos los gobiernos: una reforma tributaria enorme, que nos devuelva a cifras razonable en esta cuenta. Mejor dicho: nuevos impuestos, nuevos contribuyentes, o algo más, o mucho más de lo uno y de lo otro.

Las señoras calificadoras de riesgo no han ocultado su preocupación por el hecho ni ocultado su sentencia implacable. O hay reforma tributaria o Colombia pierde su calificación y pasa a pagar más intereses por su deuda, sencillamente porque se vuelve de más alto riesgo.