José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
19 de abril, cumpleaños del grupo terrorista que nació con ese nombre en 1970; el mismo que, otro 19 de abril y para “celebrar”, asesinó a José Raquel Mercado y dejó tirado su cadáver dentro de una bolsa; el mismo en que militó el candidato del progresismo comunista, que años después sería filmado por su excompinche empacando fajos de billetes en otra bolsa.
Sí, el “señor de las bolsas” que, con actitud desafiante, lanza acusaciones temerarias y ofende el honor militar, cuando aún está fresca la sangre de siete soldados asesinados por el Clan del Golfo el pasado… 19 de abril; vidas truncadas de jóvenes que dejaron padres, viudas e hijos acongojados.
Las vidas pérdidas ya son estadística y el país pasó a interesarse, con mucho de morbo por el escándalo, en la sorprendente investigación que abrió la Procuraduría para establecer si el general Zapateiro intervino en política por haberle respondido con dignidad a Gustavo Petro, su acusación infundada y cobarde del “fichaje” de algunos generales en la nómina del Clan del Golfo.
Para la izquierda denunciante, que aprovechó el “papayaso” en las redes, el general tenía que tragar entero y permitir en silencio que el excomandante del M19 insultara al Ejército para conseguir votos protegido por su fuero, pues Petro no ha tenido la altura de renunciar a la senaturía para dedicarse a su campaña.
La muerte de 11 personas armadas que enfrentan al ejército en una fiesta que no era fiesta, sino “bazar cocalero”, es de inmediato calificada de masacre, pero el asesinato de siete soldados no es masacre ni es nada. Aún están frescas las imágenes de policías que iban a ser quemados vivos por terroristas de la primera línea, y los destrozos, violencia y caos durante un paro que no fue paro, sino ataque narcoterrorista, frente a un ESMAD maniatado y soportando estoicamente insultos y agresiones.
El país recuerda la imagen de un soldado, amenazado con machete al cuello por un indígena invasor, o la de todo un escuadrón insultado y sacado a empellones del Cerro Berlín en 2012, por indígenas violentos a los que no se les puede tocar un dedo.
Nada es de extrañar, pues en Colombia ha hecho carrera el irrespeto impune a la Fuerza Pública, que en otras sociedades es castigado con severidad, porque el reconocimiento de la autoridad es la base de la preservación del orden social. Aquí, por el contrario, cualquiera golpea al agente que le pone un comparendo o patea por la espalda a una indefensa mujer policía, mientras la utilización de la fuerza legítima del Estado es calificada por la izquierda y por los tribunales como violación de Derechos Humanos.
Para la izquierda comunista, nada hay más “estratégico” que desprestigiar y deslegitimar a la Fuerza Pública, hasta convertirla en el “enemigo interno”, asesino y violador de derechos, del que tiene que defenderse la sociedad. Se queda corto el proverbio de “los pájaros tirándole a las escopetas”, pero es la mejor forma de exacerbar el desorden social y el caos, para erigirse luego en salvadores y justificar un régimen que elimine las libertades para restaurar el orden.
¡EXIJO RESPETO!, reclamó indignado el general Zapateiro, para quienes “han defendido por más de 200 años la democracia de esta nación, hasta ofrendando sus propias vidas”, y un Petro arrogante le ripostó: “En mi gobierno, los generales le obedecerán al presidente”. Siempre lo han hecho, señor Petro y, lo harán si usted lo fuera, pero usted no será presidente; de eso nos encargaremos en las urnas los demócratas de este país.