Por: John Harold Suárez Vargas,

Senador de la República.

 

El 4 de julio de 1991 presenciamos el sueño cumplido de millones de jóvenes con la firma de la Constitución Política de Colombia, la carta de navegación de nuestra democracia que reemplazó a la Constitución de 1886.

En medio de la guerra declarada por los carteles de la droga, liderados por Pablo Escobar en contra del Estado y en la que miles de compatriotas inocentes perdieron la vida, un puñado de jóvenes lanzaron el movimiento de la séptima papeleta con la consigna: «Plebiscito por Colombia, voto por una Asamblea Constituyente que reforme la Constitución”.

Rápidamente esta iniciativa captó la atención de millones de ciudadanos sin distingo social y partidista, quienes consideraban que después de más de 100 años había llegado el momento de una nueva constitución que fortaleciera la democracia, reformara las instituciones y avanzara en procesos de inclusión social.

Recordemos la multitudinaria “marcha del silencio” del 25 de agosto de 1989 donde millones de jóvenes en las ciudades del país, con líderes que nunca se escondieron bajo una capucha y dando la cara de forma pacífica, sin vandalismo, bloqueos, confrontación con la fuerza pública y lo más importante, sin el aprovechamiento de líderes políticos y organizaciones sindicales de la época, lograron llevar su mensaje.

Gracias a los jóvenes de la época, y al trabajo serio de los constituyentes electos democráticamente representando todos los movimientos e ideologías políticas, hoy tenemos el derecho a la protesta pacífica, a la acción de tutela, el reconocimiento a las minorías, la equidad de género, la defensa del medio ambiente, la institución de la familia como núcleo de la sociedad, entre otros logros que trajo a nuestra democracia la nueva constitución, que ha tenido 55 modificaciones a  lo largo de su historia sobre aspectos ajustados a la realidad del país, y que ha servido de referente en varios países del mundo.

Qué bueno que todos, especialmente los jóvenes, estudiaran este capítulo de nuestra historia que tal vez no es enseñado hoy en las aulas de clases, y que es un ejemplo que desvirtúa las voces que justifican las vías de hecho para escuchar las problemáticas sociales.

Los cambios se pueden lograr, pero no bajo liderazgos tóxicos de los que promueven la lucha de clases, el odio y la anarquía. La oposición es necesaria en toda democracia, pero esta debe ser madura, objetiva, lejos de promesas mesiánicas sin ningún sustento legal o económico, y lo que más importante, sin explotar las emociones de la sociedad con falsas expectativas que solo dejan mayor frustración.