Por: Margarita Restrepo
En una decisión involutiva, la corte constitucional le solicitó al congreso de la República que discutiera la aprobación de una ley que regule la eutanasia.
En criterio del tribunal constitucional de nuestro país, la denominada “muerte digna” es un derecho fundamental, concepto con el que, por supuesto, no estoy de acuerdo. La vida es sagrada y el hombre no tiene facultad ni competencia para interrumpirla. Con la misma vehemencia con que me he opuesto al aborto, he rechazado y continuaré rechazando la eutanasia.
El asunto fue debatido la semana pasada en la Cámara de Representantes y mi voto fue negativo. La iniciativa no obtuvo el respaldo que exige la ley, razón por la que el proyecto fue hundido.
Pero más allá de la dinámica parlamentaria, bien vale hacer una reflexión desde la perspectiva humana. Los médicos se forman para salvar vidas, no para interrumpirlas. Ellos, cuando obtienen su título, proclaman en juramento de Hipócrates que en uno de sus acápites exige observar respeto absoluto por la vida humana desde el instante de la concepción. Así mismo, se impone la obligación de hacer de la salud y la vida de los pacientes la primera y más importante preocupación de los médicos.
Entiendo que hay enfermedades incurables que producen grandes dolores a quienes las padecen. Pero gracias a los avances de la ciencia, se han desarrollado tratamientos paliativos de gran eficacia. Así mismo, los médicos, gracias a su experiencia y su integridad ética, saben hasta dónde llegar cuando de suministrar tratamientos se trata.
Sería muy grave que Colombia diera el salto al vacío desarrollando normatividades que incorporen procedimientos detallados para que los profesionales de la salud se vean obligados a suministrar brebajes que acaben con la vida de los pacientes.
Invirtamos nuestros esfuerzos como sociedad en el fortalecimiento de nuestros servicios de salud. Ampliemos las posibilidades para que más médicos puedan acceder a especializaciones y, por supuesto, aumentemos la red hospitalaria para brindar mejores servicios para la comunidad.
La eutanasia es un crimen, como lo es el aborto. Los que se muestran como “progresistas” y de avanzada, se convierten en promotores de la muerte. Los que se creen dueños del discurso del amor, se emplean a fondo para hacer de Colombia un país donde los médicos, en vez de salvar vidas, acaben con ellas.
Como bien expresó el exprocurador y ahora embajador ante la OEA, Alejandro Ordóñez Maldonado cuando conoció el resultado de la votación en la Cámara: “Hoy triunfó la vida en el Congreso. Buen día para recordar a quienes repiten y repiten que ‘la vida es sagrada’, que ello incluye a los niños en el vientre de su madre, a los ancianos y a los enfermos”.
Estoy en el Congreso para defender e impulsar iniciativas que vayan a favor de la vida y del progreso de mis compatriotas. La eutanasia, evidentemente, es un atentado contra la sociedad, contra la propia constitución, pero sobre todo, contra la especie humana. Celebro entonces que mis colegas de la Cámara hayan sido consecuentes, votando en contra de la iniciativa que no obtuvo los votos que requería para ser ley de la República.