José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie
¿Se puede igualar a un elefante con un conejo? Presionados por el tamaño amedrentador del elefante, lo alimentaríamos a costa del hambre de cien conejos, o distribuiríamos proporcionalmente la comida entre unos y otros.
Guardadas las imperfecciones de esta comparación fabulesca, eso ocurre con la caracterización de los productores agropecuarios como sujetos de crédito de fomento, lo cual acentúa las imperfecciones de ese mercado, que tienden a excluir a los productores rurales en beneficio de grandes productores -elefantes- de otros eslabones de las cadenas.
Antes de la creación de la Caja Agraria, en 1931 no se diferenciaba a los productores por tamaño, porque el país todavía era “agropecuario” y los recursos del Estado, en consecuencia, fluían hacia el sector que sostenía la economía nacional.
Cuando se pierde esa posición hegemónica y empieza la declinación del campo, nacen las instituciones para “ayudarle” al productor rural, consolidadas en el Sistema Nacional de Crédito Agropecuario (1990), pero bajo la visión de “cadena”, que abrió las puertas a los eslabones de transformación, de comercialización y de servicios, para competir por recursos que, hasta entonces, habían sido exclusivos del productor rural. Ahí fue cuando, volviendo a mi comparación fabulesca, se revolvieron conejos y elefantes a competir por la comida.
El sistema califica como “pequeños” a aquellos con activos hasta 284 millones, rango que tiene relación con otro parámetro de caracterización rural: la Unidad Agrícola Familiar, cantidad de tierra para que una familia genere dos salarios mínimos, que llega a ser de más de ¡1.300 hectáreas! llano adentro, o apenas dos o tres en la Sabana de Bogotá, pero aquí o allá, con algunos animales, supera el rango estrecho del pequeño productor y las mejores condiciones de crédito.
Para el sistema, “gran productor” de cualquier eslabón (conejo o elefante) es aquel con activos superiores a 4.000 millones, pero un gran productor primario, es decir, un agricultor o un ganadero que supere esos activos, nunca podrá compararse ni competir con gigantes de la agroindustria o cadenas de comercialización valoradas en billón es. ¿A quién preferirá el banco? Pues al elefante. No es gratuito que la cartera sustitutiva, administrada por los bancos, acapare el 85% de los créditos Finagro, y que el 75% de esa torta quede en grandes empresas de otros sectores.
El sistema debe reconocer el peso “originario” del productor rural en las cadenas. Se deben abrir cupos obligatorios para el eslabón primario en la cartera sustitutiva principalmente, y avanzar en una caracterización que no solo diferencie entre eslabones y tamaños, sino que amplíe los rangos a partir de la capacidad de generación de ingresos. Hay que devolverle acceso al crédito al productor agropecuario.