Para cubrir un desastre?

Al señor comandante del helicóptero derribado por las FARC sobre el río Inírida se le comieron la lengua los ratones. Ni una palabra. Ni una explicación. Nada. Todo ese silencio asombroso, no cabe duda, cumpliendo órdenes superiores. “Hay una cosa moribunda en el mundo, que es la verdad” decía Jean Francois Revel hace años. Tantos, que esa cosa moribunda, ya murió. Un botón para la muestra.

No sabe uno que es peor. Si este permanente escamoteo a la verdad, o si el desastre que el silencio, mentiroso y cobarde, trata de ocultar.

Los últimos dos meses han sido una  cadena de desastres para las Fuerzas Militares. Hemos contado por lo menos 31 bajas y decenas de heridos, de los que nunca vuelve a saberse. ¡Son tan incómodos! Y los más dramáticos, estos héroes que murieron ahogados en ese encierro maldito de un helicóptero en naufragio. Solo pensar en ese cuadro nos llena de espanto. Y de indignación.

Si el Black Hawk derribado es la peor tragedia, la mayor vergüenza la vivimos cuando un pelotón de soldados terminó prisionero de una turba de cocaleros, empujada por las FARC, al pie de unos cultivos de coca, la tumba de nuestros hombres, que se baten sin honor contra unas matas de coca, machete en mano. En esta ocasión, después de ese cautiverio denigrante, tuvo que intervenir la Defensoría del Pueblo para que liberaran los bandidos a sus presas. Cuánta infamia, por Dios.

Los señores generales Navarro y Zapateiro, no se dan por aludidos. Al grito de AJUIA, siguen muy tranquilos, al frente de un ejército glorioso, bajo su mando convertido en erradicador manual de coca. Y no pasa nada.

Seguimos tumbando cocales a machete. Una crueldad y una estupidez que habría valido hace rato una acción del Procurador. Mandar unas personas, por un salario miserable o porque tienen que cumplir órdenes, campesinos y soldados, a campos llenos de bombas donde van a perder las piernas, los brazos y los ojos, es una estupidez y una crueldad. Eso se hace, sin riesgos ni dolores, fumigando desde el aire con un producto que se usa en todos los cafetales los cañaduzales o los arrozales de Colombia. Pero como faltan pantalones, que ojalá se hubieran comprado aprovechando los días sin IVA, se sigue disponiendo de la integridad y la vida de centenares de personas en esta horrible tarea. Y como dijimos, el Procurador ahí, preparando su campaña presidencial. Y el Fiscal allá, tapando la espalda de su compañero de pupitre. Que alguien le explique al doctor Barbosa lo que son los delitos de riesgo y los delitos culposos. Exponer la vida de alguien, sin necesidad, es, cuando menos, abuso de autoridad. Y muy posiblemente un homicidio o unas lesiones personales, a título de culpa.

En este domingo hemos tenido una noticia extraordinaria, que mereció intervención del Presidente de la República. Un tal Ariel, que nadie conocía, subalterno de Márquez y Santrich, fue capturado en la Guajira. Éxito enorme, después de 31 muertos, docenas de heridos y para balancear la noticia de ayer, medio oculta por la prensa, de una nueva voladura en las instalaciones del oleoducto Caño Limón Coveñas. Algo es algo, ¿verdad?

Estamos muy preocupados por el COVID 19, por las camas UCI y por los hospitales llenos de pacientes y las calles llenas de irresponsables, pero bien valdría una miradita a lo que se llamaba antes el orden público y a lo que su Ilustrísima el Nuncio califica como la guerra.

No nos engañemos. Como decía el Presidente Uribe, el narcotráfico es el combustible que alimenta todas las guerras. Y esa batalla no se está dando. La erradicación manual es un crimen, que se suma a otro. Nada más.

Y como si algo faltara para completar la desgracia, surgen los jueces con sus tutelas, la Corte Constitucional cumpliendo las órdenes de su jefe, Juan Manuel Santos, y los zurdos colombianos asociándose con los zurdos gringos para cerrar los caminos de una lucha franca contra esta calamidad.

Acaba de decir el Consejo de Estado, otra buena colección de apátridas y de incompetentes, que la Policía no puede incautarse de la cocaína que lleven los jíbaros en sus bolsillos, sino cuando pruebe en el portador la intención de comercializarla. Eso lo llamamos los expertos la “diabólica probatio” o más sencillamente la prueba imposible. De modo que lindamos por el Norte con la prohibición de hecho de fumigar los cultivos y por el Sur con la prohibición de molestar a los que van repletos de cocaína, pero sin la intención de venderla. ¡Vaya!

Es posible que salgamos de la pandemia. Lo que parece imposible es que salgamos del narcotráfico y su cadena de horrores. Lo que es peor que cualquier contagio.