Por: Margarita Restrepo


El discurso de odio que le oímos a Gustavo Petro y a sus compañeros ideológicos ha tenido un efecto demoledor en toda nuestra sociedad. Nunca antes, los colombianos habíamos registrado tal nivel de intolerancia y de rabia de unos hacia otros.


Sediento de poder, creyendo que es necesario dinamitar las columnas sobre las que se sostiene el Estado de Derecho para alcanzar la presidencia de la República, el doctor Petro ha desatado una oleada cuyas consecuencias difícilmente podemos dimensionar.


Es imperdonable que un sector político le haga tanto daño a Colombia, a sus habitantes, a su sector productivo, en medio de una arrasadora pandemia. Un mediano empresario agobiado por la situación, me aseguró que lo que no se llevó el coronavirus, se lo está llevando el incendio social causado por la izquierda.


En la anterior campaña presidencial, Petro aseguró que como presidente de la República no le temblará el pulso a la hora de decretar expropiaciones de propiedades que, en criterio suyo, deben estar en poder de campesinos. Esa fue una amenaza directa, no contra un grupo empresarial específico -el de la familia Ardila-, sino contra cualquier industrial que le genere fastidio.


En las redes sociales hemos visto circular una sentencia del líder británico Winston Churchill que es muy adecuada y pertinente para los tiempos que vive Colombia: “Muchos observan al empresario como el lobo al que hay que abatir. Otros, lo comparan con la vaca a la que hay que ordeñar y muy pocos lo asimilan al caballo que tira la carreta”.
Un Estado que no genere confianza inversionista, jamás podrá ser próspero. El emprendimiento es el motor del desarrollo. Está plenamente probado que los grandes aparatos estatales, con una burocracia infinita, no son la solución al empleo.


El empleo estable, duradero y con posibilidades de mejorar los ingresos de la gente depende esencialmente de la iniciativa privada. Los gobiernos y los políticos, en vez de perseguir al empresariado, tienen el deber de protegerlos y de estimularlos para que crezcan y afiancen sus respectivas industrias.


En los Estados Unidos, la pandemia propinó un golpe durísimo a los empresarios. Los dueños de pequeños negocios fueron los que más sufrieron. No obstante, el gobierno volcó sus esfuerzos hacia ellos. Pasado un año del inicio de la crisis, los medios especializados de Norteamérica reportan que la economía de ese país se ha recuperado en más del 90%.


Que sea esta la oportunidad para hacer un llamado sincero al gobierno, a la clase política, a los sindicatos. A toda la nación colombiana para que cerremos filas en defensa de nuestros comerciantes, empresarios, emprendedores. Ellos no son el problema. ¡Ellos son la solución!


Así mismo, hay que decirle a Petro y a sus seguidores que no sigan atacando, criminalizando, calumniando y vandalizando al sector productivo nacional. Cada negocio que se cierra, cada fábrica que suspende la producción, cada supermercado que queda desabastecido tiene un efecto directo sobre los más pobres. Es la clase media la que pierde puestos de trabajo. Son los pobres los que más sufren por el encarecimiento de los productos que escasean.


No más daño, no más destrucción. Hago votos para que los promotores de la violencia y del odio escuchen el clamor de millones de colombianos que a una sola voz exigen que los dejen trabajar.


Llegó la hora de que todos los defensores de la libertad empecemos a pensar en uno de los principales motores de la democracia: los empresarios, a ese caballo que Churchill caracterizó como el encargado de halar la carreta.