Nicolás Pérez

Senador de la República

 

Es verdad que Colombia no está hecha un paraíso y ciertamente las circunstancias por las que atravesamos son difíciles, quizás las más duras de muchos años. Sin embargo, la construcción de las propuestas y del debate político debe partir de un entendimiento integral del impacto estructural que causó el coronavirus, del cual nosotros no fuimos la excepción.

Indiscutiblemente el año pasado vimos en el País un aumento de la deuda, la pobreza, el déficit, el desempleo y decreció el PIB. Eso es innegable. No obstante, este patrón no responde a una gestión irresponsable del Gobierno ni es exclusivo de nosotros, sino que es una realidad que les ocurrió a todas las naciones del planeta en el 2020.

Nada más en Latinoamérica 2.7 millones de empresas tuvieron que cerrar, las exportaciones cayeron un 10.1% y la inversión extranjera se redujo en un 50%. También se estima que 28.7 millones de personas en la región entraron en situación de pobreza y el nivel de endeudamiento de países como Argentina o Brasil ya ronda el 100% del PIB.

Además, mega potencias como Estados Unidos sufrieron un impacto similar. Por ejemplo, el desempleo se disparó del 3.5% al 14.7%, el déficit fiscal llegó a su punto más alto desde la segunda guerra mundial al ubicarse en el 16% y la deuda se incrementó en unos US$ 4.49 trillones.

Debido a lo anterior, es que no se puede tomar el camino fácil de criticar y criticar al Gobierno sin explicar el contexto en que se desarrolló esta crisis a nivel global. De hecho, debemos recordar que gracias a los incentivos a la inversión establecidos en la Ley de Financiamiento de 2018 y la política de atracción de capitales desplegada por esta administración, Colombia cerró el 2019 con el mayor nivel de crecimiento económico y de inversión extranjera en seis años.

Asimismo, en ese año logramos que 4.5 millones de turistas llegaran al País, la cifra más alta de la historia, y el déficit fiscal cerró en 2.5%, 0.2 puntos porcentuales menos que lo estimado en la regla fiscal.

Ahora bien, una cosa es que de 2010 a 2018, a pesar de haber vivido la mayor bonanza minero-energética de la historia, el endeudamiento del País hubiera pasado del 38.8% al 50% del PIB como consecuencia del derroche burocrático y otra muy distinta es que en 2020 la deuda se incrementara en más de 10 puntos para financiar medidas como la entrega del ingreso solidario a 2.5 millones de hogares, el subsidio a la nómina para proteger 3.9 millones de empleos o el haber duplicado de 5.346 a 10.693 las camas UCI de todo el sistema hospitalario.

Claro, ante este difícil contexto podemos ponernos a llorar sobre la leche derramada y pensar lo bien que estaría el País si no existiera el coronavirus, pero eso poco o nada aporta. Por el contrario, lo que sí sirve es continuar con el exitoso camino de reactivación económica que inició desde el segundo semestre del 2020 y permitió recuperar 4.7 de los 5.3 millones de empleos que se llevaron las cuarentenas.

Lógicamente, este impulso al sector privado debe ir de la mano de un importante paquete de inversión social por parte del Gobierno. Si bien es verdad que la pandemia se llevó por delante los esfuerzos hechos por el País en los últimos 20 años en disminución de la pobreza, el bloque de transferencias monetarias de emergencia que se están entregando a los hogares más vulnerables, y que deben seguir durante los próximos meses, permiten compensar la dureza de la crisis y mantener la capacidad adquisitiva de las familias colombianas.

Sacar adelante al País es responsabilidad de todos. Por esas cosas de la vida a esta administración le tocó lidiar con la situación más cruda en términos económicos de los últimos 70 años. Sin embargo, el manejo responsable y gerencial del equipo de Gobierno ha logrado mitigar el impacto de una crisis que no diferenció entre naciones ricas y pobres y a la cual le debemos hacer frente con soluciones concretas y no con discursos.