Por: Nicolás Pérez.
Senador de la República

Hace unos meses escribí una columna explicando el proyecto de ley que reduce la jornada laboral de 48 a 42 horas semanales. Una iniciativa que presentamos y hemos defendido desde el Centro Democrático como parte de nuestra convicción de construir una economía fraterna donde tanto empresarios como empleados se vean beneficiados.

En esta ocasión, no me detendré a repetir los argumentos que expuse esa vez y que demuestran que en Colombia los horarios de trabajo son más extensos que en potencias mundiales como Estados Unidos, la Unión Europea u organizaciones como la OCDE. Pero lo que sí quiero hacer es una reflexión sobre este proyecto y la situación actual por la que atraviesa la Nación.

Llevamos un mes en paro. Lo que inició con el descontento de la tributaria se extendió a un interminable número de exigencias que no se sabe para dónde van y si somos realistas ninguna de las propuestas incluidas en el pliego de peticiones del Comité va a generar una transformación real en la vida de los trabajadores colombianos. Unas, por ser fiscal y económicamente inviables. Otras, por ser aspectos políticos que causan discusión en los pasillos del Congreso, pero que poco o nada inciden en el día a día de las personas.

Por ejemplo, exigirle al Gobierno la financiación de una renta básica de un salario mínimo mensual a 6.2 millones de hogares no hace otra cosa distinta a generar ilusiones que no se van a poder materializar. Si las condiciones políticas y sociales hicieron inviable una reforma tributaria que pretendía recaudar $23.4 billones, mucho menos va a ser posible implementar el mencionado programa con un costo anual de $73.2 billones.

Asimismo, prohibir las privatizaciones o detener la fumigación con glifosato no va a causar impacto alguno en la rutina de los empleados que trabajan 8 horas diarias y deben reducir el tiempo que comparten con sus familias a escasos minutos en las noches, tras las horas que pierden en el tráfico eterno de las principales ciudades.

Por eso, antes de vender románticas esperanzas que no van para ningún lado, lo primero que debemos hacer es plantear medidas concretas, realizables y serias que mejoren la calidad de vida de todo un País. Y una de ellas es la reducción de la jornada laboral.

En especial, porque no estamos hablando de dejar de trabajar en Colombia ni de derogar el Código Sustantivo del Trabajo, sino de permitirle a los empleados que en una aplicación gradual de tres años puedan ganar 6 horas adicionales a la semana sin ver reducidos sus ingresos. Tiempo vital para fortalecer los lazos con sus hijos o dinamizar la economía nacional con mayor consumo en actividades de entretenimiento o turismo.

Eso sí, esta iniciativa exigirá llevar a cabo un cambio en la cultura organizacional de las empresas para volverse más productivas. Y qué bueno que eso suceda. En mi opinión, es mejor evaluar el desempeño de los trabajadores por el cumplimiento de metas en un lapso de tiempo puntual, que tener a las personas bajo los modelos laborales de hace medio siglo, donde primaban las formalidades y el seguimiento de los horarios sobre los resultados.

Ahora bien, como mucho se ha dicho al respecto, no es cierto que esta iniciativa vaya a afectar la reactivación laboral post pandemia, dado que el articulado establece una implementación progresiva en un lapso de tres años. Esto permitirá que durante 2021 el País continúe con el alentador ritmo de crecimiento que tuvimos en el primer trimestre, lo que esperamos vaya de la mano con una extensión del subsidio a la nómina hasta diciembre.

Como están las cosas, solo falta el último debate en la Plenaria de la Cámara para que este proyecto se convierta en Ley de la República. Ojalá que esto se lleve a cabo antes de finalizar la actual legislatura el próximo 20 de junio. Los trabajadores colombianos tienen derecho a mejorar sus condiciones de vida y los empresarios deben emprender el gran reto de modernizar sus estructuras para ser más competitivos y eficientes.