Respaldo completa y decididamente la solicitud elevada por un grupo de congresistas ante la Corte Constitucional, con la que pretendemos que ese tribunal no apruebe el aborto libre en nuestro país.
Nunca he ocultado mis reparos frente a la sentencia del año 2006, en la que se establecieron las tristemente célebres tres excepciones -malformación, riesgo para la vida y violación-, porque creo que la solución a esas dificultades no está en acabar con la vida de la criatura.
Convertir al aborto en un mecanismo de planificación es una absoluta irresponsabilidad. Quienes promovieron la demanda que está siendo estudiada por el máximo tribunal constitucional de Colombia, alegan defender los derechos que supuestamente les asiste a las mujeres para decidir sobre su cuerpo, un argumento totalmente débil y, en consecuencia, rebatible. La vida de un tercero no puede ser definida por absolutamente nadie, menos en un país donde expresamente está prohibida la pena de muerte.
El debate sobre el momento en que se define que un bebé es un ser viviente, está agotado. Desde el mismo instante de la fecundación debe propenderse por la protección y la provisión de todos los derechos de quien está en etapa gestacional, para efectos de garantizar el bien más sagrado de todos los seres humanos: la vida.
No podemos confundir los debates. Entiendo el problema social que se genera por cuenta de los embarazos no deseados, particularmente en las adolescentes. Hay estadísticas que son efectivamente preocupantes. No podemos voltear la mirada ante situaciones difíciles de mujeres que apenas han dejado la niñez y durante su primera etapa de la adolescencia quedan en estado de embarazo.
Aquellos asuntos, propios de la educación sexual, no pueden solucionarse a través de la propagación del aborto. He dicho en múltiples intervenciones y en un número plural de columnas de opinión que el Estado tiene una gravísima falencia en materia de educación sexual, la cual debe empezar a impartirse con responsabilidad, profundidad y desprovista de tabúes desde el momento en que los niños tengan la edad correspondiente para entender el asunto.
Considero dañina la ‘sexualización’ de los niños, tema que seduce a los promotores de la ideología de género. Pero también soy consciente de las deficiencias en materia de educación sexual, vacío que desafortunadamente muchas veces es llenado con información deficiente o falsa.
La Corte Constitucional, guardiana de nuestra Carta y de los derechos de todos los colombianos, no puede equivocarse. La decisión que deberán tomar respecto del aborto es fundamental, quizás la más difícil de los últimos años pues está en juego, nada menos, la vigencia del artículo 11 superior que es claro y concluyente: El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte.
Los niños que están en el vientre de sus madres son colombianos cuyas vidas deben ser protegidas con especial celo. Permitir que las mujeres puedan interrumpir su embarazo es, desde todo punto de vista, un crimen que no puede gozar de “bendición” constitucional.
Sé que este es un asunto que despierta pasiones y por eso mismo, las posiciones deben ser claras. La mía lo es: soy provida, me la juego por la defensa de los niños y me opongo radicalmente al aborto.