Por: John Harold Suárez Vargas

Senador de la República

Esta semana durante una de las sesiones virtuales del Congreso, se pudo ver como con la mayor espontaneidad y con la inocencia propia de los primeros años de vida, la pequeña hija de mi compañera de bancada Paloma Valencia, en medio de la intervención de su mamá, presentó su voz de protesta, mostrando su inconformidad por no tener en ese momento toda su atención. Esta situación generó toda clase de comentarios en los medios y las redes sociales, desde los que se burlaron y criticaron a la Senadora, hasta los que apoyamos la labor de las madres que además de ser amas de casas y esposas, ejercen con excelencia sus labores profesionales de manera virtual.

Lo cierto es que esta situación refleja el difícil momento que también viven nuestros niños y adolescentes; ellos han pasado 139 días cumpliendo con el confinamiento en sus hogares, como lo indican las medidas dictadas para prevenir y mitigar el Covid-19. Hoy aún no sabemos por cuánto tiempo se extenderá esta restricción y ya es un hecho que la pandemia ha transformado a la humanidad en sus costumbres y hábitos; el mundo está lleno de restricciones que van desde la movilidad, hasta los horarios y los diferentes hábitos de vida, hasta en las prácticas religiosas.

Nuestras personas mayores pueden tener mayor capacidad de adaptación a esta nueva realidad, por tener madurez emocional, esto les permite adaptarse a esta nueva forma de vida y reinventarse, sin dejar de sortear las preocupaciones económicas y sin dejarse agobiar. Sin embargo, los niños hasta los 3 años, que bien podrían llamarse, “la generación de la pandemia”, están comenzando a relacionarse con el mundo, entonces para ellos será “normal” crecer en medio de restricciones, pues no tienen recuerdos de cómo era la vida antes de todo este proceso. Para ellos simplemente esta es su única realidad.

Lo cierto es que los niños de 3 años en adelante, se encuentran en las etapa más importante de sus vidas. En esta se reafirma el carácter, se construyen los lazos y sentido de amistad perdurable. Los más pequeños en sus procesos de educación presencial en preescolar, básica y media, en jardines y colegios, se encontraban, antes de la emergencia, en sus fases de socialización, desarrollos cognitivos, de motricidad y perfilando sus talentos en deporte y arte. En su tiempo libre se reunían con sus amigos(as) para jugar, compartir, ir a cine, pasear etc. Pero todo esto se detuvo para ellos.

La palabra no es la que escuchan con más frecuencia: no puedes ir al colegio, no puedes ir donde tus amigos(as), no puedes jugar en la calle, no puedes recibir visitas, no puedes acompañarme, etc. Asimilar que todo ha cambiado, la incertidumbre por el futuro, ver cómo seres queridos mueren, o cómo tal vez sus padres pierden el empleo, enfrentar el miedo al contagio y ver los reportes de los medios de comunicación alimenta la incertidumbre y los sentimientos de dolor, rabia y frustración. Además, nuestros hijos no están acostumbrados a tener a sus padres trabajando en casa y paradójicamente no poder compartir todo el tiempo con ellos. Los más grandes ansían escuchar noticias positivas sobre las vacunas para el Covid-19, esperando pronto poder regresar a esa libertad que antes tenían.

Los padres de familia pueden llegar a sentirse impotentes a la hora de manifestarles comprensión y rodearlos de fe en el futuro. Lo importante es que no claudiquemos en nuestro deber de padres, pues debemos sobreponernos y ser las columnas del hogar. Para lograr esto hay que encontrar nuestra propia fuerza y transmitir ese apoyo emocional y espiritual que tanto demandan. Pongámonos en su situación y llevémoslos con paciencia, tolerancia y amor a través de un mensaje de optimismo y fe cada mañana.

Esta nueva  generación es de sobrevivientes y de la fortaleza que les demos dependerá la construcción de un mundo mejor.