José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie

En medio del entredicho en que quedaron las elecciones parlamentarias y la incertidumbre frente a las presidenciales; en medio de los intereses mezquinos de “izquierdópatas” de todas las pelambres; y en medio del insulto, la descalificación y la arrogancia como estrategias del progresismo para disfrazar sus mentiras y sus promesas imposibles, el país enfrenta una disyuntiva sin antecedentes: el camino sin retorno de la dictadura y la pérdida de las libertades, o el camino con futuro de la preservación de la “democracia liberal”.

El término “liberal”, referido a una persona, nos remite a alguien de pensamiento abierto, sin ataduras, pero en el ámbito de la filosofía política está asociado irreductiblemente a “la libertad” como valor supremo y derecho fundamental, y así llegamos a una palabra mayor; no en vano decía Lincoln que “el hombre nunca ha encontrado una definición a la palabra libertad”, quizás porque, como la felicidad y la igualdad, la libertad total es una utopía, algo inalcanzable.

Lo que no es una utopía es lo que Rousseau llamaba la “libertad civil”, es decir, esa libertad concreta y limitada por la Ley en un “Contrato Social”, al cual adherimos libremente, renunciando a parte de nuestra libertad natural. La existencia de esa libertad y su defensa, convertidas en derecho, son el sustrato de la democracia liberal; su desconocimiento y vulneración son el soporte de la dictadura.

La democracia liberal es una forma de organización política, pero es más un credo político surgido de “la ilustración” en el siglo XVIII, que cuestionó la monarquía y entronizó las ideas de libertad e igualdad, que derivaron en la independencia de Estados Unidos en 1776, la Revolución Francesa en 1789 y el movimiento independentista en América en el siglo XIX.

Pero, qué es la Democracia Liberal y qué nos arriesgamos a perder si el país no reacciona ante la amenaza comunista, que ya hizo de las suyas en Cuba, Nicaragua, Honduras, México, Venezuela, Bolivia, Perú y, ahora último, en un Chile arrepentido.

Democracia liberal es libertad para pensar y expresarse; dictadura es control social y persecución a medios, periodistas y todo aquel que piense diferente.

Democracia liberal es libertad para emprender legalmente en todos los campos de la economía, sin persecución a la generación de riqueza. Progresismo comunista es economía centralizada, es el Estado entrometido, es persecución populista a la riqueza.

Democracia liberal es respeto a la legítima propiedad privada. Progresismo comunista es amenaza de expropiación, de la tierra y de todo lo que sirva a sus fines populistas.

Democracia liberal es libre mercado y apertura económica de doble vía. Progresismo es aislamiento frente a las democracias liberales del mundo y dependencia exclusiva de las potencias comunistas.

Democracia liberal es un Estado austero al servicio del ciudadano; progresismo es gigantismo, burocracia inútil y corrupción.

Democracia liberal es equilibrio entre la preservación de la naturaleza y las necesidades del desarrollo. Progresismo es ambientalismo extremo y persecución irresponsable a la industria petrolera y la minería.

Democracia liberal es responsabilidad monetaria y fiscal. Progresismo comunista es persecución tributaria a la riqueza y emisión desbordada para costear el populismo.

Democracia liberal es seguridad, justicia y lucha frontal contra el narcotráfico y la impunidad; dictadura comunista es negociación con narcos y asesinos y “perdón social” para maleantes y corruptos.

Democracia liberal es respeto al ahorro pensional y un sistema integrado de salud; progresismo comunista es expropiación pensional y eliminación de las EPS.

Como ciudadano y como ganadero, invito a mis lectores y a los ganaderos colombianos a elegir en conciencia y con responsabilidad. Yo elegiré Democracia Liberal… ¿y usted?