Por: Nicolás Pérez
Senador de la República

El narcotráfico es el combustible de la violencia en Colombia. De eso no queda la menor duda. Atrás en el tiempo quedaron aquellas épocas donde la delincuencia alegaba causas políticas para justificar su actuar. Ahora, y ciertamente desde hace más de dos décadas, las confrontaciones en el País tienen un solo objetivo: apoderarse del negocio de la droga.

Como tal, es tan lucrativa esta actividad que en 2014 la Revista Forbes estimó que las Farc eran el tercer grupo terrorista más rico del mundo al percibir ingresos anuales de $600 millones de dólares, de los cuales el tráfico de estupefacientes significaba un importante porcentaje. Los otros dos eran Hamás y el Estado Islámico, quienes para la época controlaban parte de la comercialización del petróleo del medio oriente.

El enemigo al que nos enfrentamos no es fácil de derrotar, pero en una lucha tan compleja como esta debemos ser más pragmáticos que idealistas y aplicar la fórmula que más funcionó en el pasado: la aspersión aérea. En efecto, las 168 mil hectáreas de coca que estaban sembradas en Colombia en el 2000 se lograron disminuir a 48 mil en 2012 con la fumigación. Una reducción del 71% que marcó el mejor año desde que se lleva registro de la extensión de los cultivos ilícitos.

Sin embargo, la suspensión de la aspersión en el 2015 y la dinámica propia de la negociación de La Habana generó que la tendencia de disminución sostenida de las plantaciones ilegales se quebrara y repuntara a niveles nunca antes vistos. Hoy, desafortunadamente, según la Casa Blanca estas ascendieron en 2019 a las 212 mil hectáreas, 4 mil más que en 2018.

¿Qué sucede si no disminuimos el número de hectáreas de coca sembradas?

Principalmente dos cosas: la primera, seguimos condenando al País a vivir en medio de la violencia. La lucha de los grupos armados por el control territorial de zonas claves para el tráfico de estupefacientes como el Catatumbo no va a cesar y lo más preocupante es que los habitantes de esos lugares quedan presos de la criminalidad.

La segunda, es una eventual descertificación de Estados Unidos. Me explico: desde 1986 el Presidente le debe certificar al Congreso cuáles son las naciones que están cooperando en la lucha contra las drogas. Este informe, que pareciera un formalismo, tiene la potencialidad de generar repercusiones severas.

En concreto, cuando tal circunstancia sucede el Gobierno americano puede restringirle al País descertificado el acceso a las visas, los recursos de cooperación internacional e, inclusive, imponerles aranceles a las exportaciones. Sanciones que por ningún motivo podemos arriesgarnos a soportar.

Por ejemplo, durante el 2020 Colombia recibirá $448 millones de dólares provenientes del presupuesto americano, los cuales fueron condicionados a una reducción de los cultivos ilícitos. Es decir, cerca de $1.5 billones de pesos que son fundamentales para combatir el narcotráfico, mitigar el impacto de la crisis migratoria, promover el desarrollo económico y social en zonas marginadas, etc.

Además, Estados Unidos es nuestro principal socio comercial. El 28.5% de las exportaciones colombianas tienen como destino suelo americano y de enero a noviembre de 2019 estas ascendieron a los $10.285 millones de dólares, un 4.68% más que el mismo periodo de tiempo de 2018.

Por eso, la descertificación sería un escenario desastroso para nosotros. La última vez que la Casa Blanca lo hizo fue entre 1995 y 1997. Desde entonces, la relación entre Bogotá y Washington ha sido fluida, pero el Presidente Trump revivió ese fantasma en los dos últimos años. Y viendo las cifras de cultivos ilícitos, cómo no iba a hacerlo…

Debido a lo anterior, el Gobierno Nacional debe meter el pie en el acelerador y empezar a fumigar lo antes posible. La erradicación manual no solamente dejó en 2019 diez compatriotas muertos y más de 50 gravemente heridos, sino que tiene un porcentaje de resiembra que oscila entre el 40% y el 50%.

La lucha contra las drogas no da espera y todos sabemos que la única forma de ganar la batalla es con la aspersión aérea. ¡Fumigación ya!