Fernando Londoño Hoyos
El presidente Duque recibió el país lleno de chicharrones, la manera festiva como ha querido referirse a los grandes problemas heredados del peor gobierno de nuestra historia. Pero a la cocaína no le caben referencias amables ni displicentes. La cocaína es la fuente de nuestros males, el comienzo y el fin de nuestras desventuras.
La diplomacia de los Estados Unidos, que ahora es todo menos diplomática, se lo ha recordado una y otra vez a Duque, a quien en esta materia se le agotan plazos y se le quedan cortos los discursos.
Como venimos de un gobierno que en esta materia no se permitió plazos ni se gastó en discursos, nos tomamos el atrevimiento de proponer un plan integral contra esta desgracia, como Duque lo menciona, reservándose por ahora el trabajo de ponerlo en práctica.
Será preciso empezar por disponer de una Dirección Nacional de Estupefacientes, que Santos eliminó porque lo suyo no era combatir la coca, sino promoverla. Duque necesita, ya mismo, un coronel Plazas y un Ministro que presida el Comité que le de vida a su programa.
Con todo respeto diremos que era inaplazable acabar el cuento de la dosis mínima y de su porte legal. Eso está bien. Pero empezar por ahí es como limpiar el río a partir del delta, de su desembocadura en el mar.
Es urgente, inevitable la interdicción aérea de las naves que entran todos los días con armas y montañas de dinero, para regresar a sus bases cargadas de cocaína, heroína y marihuana. No se olvide que los Estados Unidos ofrecieron construir, a su costo y costa, los aeropuertos necesarios para recibir los aviones de reconocimiento que interceptaran cualquier nave que penetrara ilegalmente en nuestros cielos. Fue lo primero que eliminó Santos, con la ayuda oportuna de su grande Celestina, la Corte Constitucional.
La brigada anti narcóticos tiene que ser la primera y más eficiente de nuestras unidades militares. Si aún existe, es la más inepta de todas, sin exageración sea dicho. La coca creció en más de doscientas mil hectáreas sin que esa brigada lo notara. El cambio de cúpula tiene que empezar por ahí.
Y luego, atacar a fondo y sin contemplaciones la siembra y mantenimiento de los cultivos. La fumigación con glifosato no es una alternativa. Es una necesidad nacional, aunque reconocerlo le pese a los que se visten de ecólogos cuando les conviene. Nuestro voto va por los aviones, que se demostraron tan económicos como eficientes en nuestra época. Si los mejoran los drones, que sea. Pero que sea ya, sin más dilaciones.
Será preciso revisar las disponibilidades de la Armada para atacar las ‘go fast’ sin contemplaciones. Y lo que necesite la Fuerza Aérea para interceptar y si fuere el caso destruir a las que se nieguen a la requisa respectiva.
Política seria y a fondo contra los precursores químicos, empezando por la gasolina y el cemento, que son determinantes e indispensables. Seguimos contando, como si fuera un chiste, que subsisten estaciones de servicio en la selva que venden más gasolina que las principales de Bogotá, Medellín o Cali. Nos consta que es fácil localizarlas y sacarlas del mercado. ¿Por qué no se hace algo tan elemental?
Con los mafiosos, extradición sin demoras ni contemplaciones. Se mueren de la risa de nuestros policías y de nuestros jueces. El caso de Santrich es deplorable. Al diablo la JEP con sus historietas cómicas. Bandido perseguido por las cortes norteamericanas, bandido que se va a responder por sus delitos. Simón Trinidad, Lehder, Sonia, Perafán y toda la cumbre llamada paramilitar son un buen ejemplo de lo que debe hacerse sin la menor tardanza.
Los bandidos no delinquen porque odian al gobierno ni por amor a la Patria. Delinquen por la plata. Y es preciso quitársela con la que llama Duque la extinción de dominio “express”, que la tuvimos y nos robaron los procesalistas y garantistas de siempre. El que no explique el origen legítimo de sus bienes, los pierde sin que le quepa recurso ni súplica. Es inconcebible que tengamos la más brillante jurista en la materia, que recorre el Continente acompañando los esfuerzos que se hacen contra el lavado de activos y en Colombia es olímpicamente ignorada. Sara Magnolia Salazar debía estar dirigiendo hace rato ese proceso, pero preferimos que lo haga en República Dominicana, Guatemala, Honduras, Panamá, Perú o Paraguay.
Y entonces sí, como ahora se plantea, volver la mirada a las “ollas”, y a las dosis mínimas y las cantidades de aprovisionamiento. Guerra, guerra a los que destruyen la República y azotan la juventud nuestra y la de más allá. Guerra sin contemplaciones. Es la suerte de Colombia la que está en juego y no se trata de otro chicharrón cualquiera en la espesa frijolada que Santos nos ha dejado.