Por: Margarita Restrepo 

Dice el refranero popular que lo empieza mal, termina mal. Y eso es lo que ha sucedido con el pretendido acuerdo de “paz” entre Santos y la banda terrorista de las Farc.

Habremos de remontarnos al año 2012, cuando el país supo que el gobierno estaba sosteniendo reuniones clandestinas con unos representantes de la guerrilla, al amparo del entonces dictador venezolano, Hugo Chávez.
La noticia, en vez de generar esperanza, produjo incertidumbre. El cuestionamiento central era por qué los delegados de Santos y “Timochenko” tenían que hablar a espaldas del país. Se dijo entonces que la prudencia obligaba a que las primeras conversaciones fueran discretas.
Después, vino el primer acto público, el cual aumentó la desazón en el pueblo colombiano. Tuvo lugar en Oslo. Allí, el cabecilla de las Farc, Luciano Marín, alias “Iván Márquez” pronunció un discurso violento en el que no mostró el más mínimo nivel de arrepentimiento por los crímenes cometidos.
Fue en aquel evento donde el narcotraficante en vías de ser extraditado, alias “Jesús Santrich” respondió con todo cinismo cantando “quizás, quizás, quizás”, cuando un periodista le preguntó si las Farc le iban a pedir perdón a sus víctimas.
Se estableció la mesa de La Habana y allí aumentaron las dudas respecto de la verdadera voluntad de paz de la guerrilla. Con el beneplácito del gobierno que en muchas ocasiones parecía estar jugando en el terreno de las Farc y no ejerciendo como representante de la sociedad martirizada por esa estructura terrorista, las Farc se burlaron de las exigencias que desde la opinión pública se hacían. Una de ellas, la devolución de los menores reclutados forzosamente. No les importó en lo más mínimo continuar discutiendo los pormenores del acuerdo, mientras en sus campamentos abundaban los niños esclavizados y utilizados de la forma más ruin y execrable posible.
Cuando llegó el momento para que las víctimas de las Farc fueran a Cuba a exponer sus puntos de vista y exigencias que debían ser tenidas en cuenta en el acuerdo final, de manera insólita estas –las víctimas- fueron mayoritariamente excluidas, con el argumento peregrino de que se necesitaba conocer los argumentos de “las víctimas del conflicto armado”. Así, resultó Piedad Córdoba, mujer en extremo cercano al corazón de las Farc, negociando en nombre de las víctimas de esa organización terrorista. El mundo al revés.
Antes de que los negociadores terminaran de pactar el contenido del acuerdo final, el país tenía la impresión de este no iba a ser más que una colección de mentiras. Las sospechas fueron confirmadas.
La JEP es una burla a las víctimas y un insoportable remedo de justicia. Haber convertido al narcotráfico en un crimen conexo a los delitos políticos, develó el verdadero trasfondo de esa negociación: para las Farc el punto neurálgico –como lo es para cualquier cartel del narcotráfico- consistía en que el gobierno de Santos les garantizara la no extradición y un tratamiento benigno a sus bienes adquiridos con el dinero obtenido con el tráfico de cocaína.
Fueron tan amplias las concesiones de Santos que las Farc, después de la firma del acuerdo –firma ilegítima, pues el NO triunfó en el plebiscito convocado para aprobar o rechazar el contenido del mismo- creyeron que podrían seguir inundando al planeta con cocaína. Sabemos que alias “Santrich” iba a exportar 10 toneladas de ese alucinógeno, pero lo que aún no se nos ha confirmado es si aquel fue el primer cargamento de la guerrilla después de su desmovilización, o si por el contrario existen evidencias de otros alijos.
Esa respuesta seguramente se conocerá con ocasión de las declaraciones que le dará el sobrino de “Iván Márquez”, el delator Marlon Marín, a las autoridades del gobierno de los Estados Unidos.
En conclusión, el proceso con las Farc es una absoluta farsa. Empezó mal y está terminando de la misma manera. Santos se apresuró en firmar cualquier cosa, para lograr su anhelado Nobel de Paz, pero se le olvidó que por encima de sus vanidades personales –que son muchas- están los intereses de la Patria, esa misma que se apresta a votar por Iván Duque con la esperanza de que un gobierno uribista devuelva al país por el rumbo indicado.