Falta de sensatez, irrespeto por la autoridad y afectación a los bienes públicos, así como vandalismo a sus anchas es lo que se ha vivido en varias ciudades del país por cuenta del paro. Calles y avenidas llenas de gente que no solo no tienen un motivo claro y justificable para protestar, sino que muchos no han cumplido con los protocolos de bioseguridad exigidos por las autoridades sanitarias para evitar la propagación del covid-19. Se han burlado de las Instituciones, incluida la decisión del Tribunal Administrativo de Cundinamarca de suspender los permisos de las movilizaciones. 

No solo ha sido un acto de mezquindad con el personal médico y de salud que está saturado con la atención de pacientes contagiados, sino con el resto de los colombianos que hemos tenido disciplina social y autocuidado para preservar la salud individual, la de nuestras familias y la de la comunidad. Tristemente quienes atizaron el fuego para que cientos de personas salieran a participar de esta protesta exacerbada no solo observaron victoriosos y desde la comodidad de sus hogares cómo los que salieron se exponían abierta e irresponsablemente al contagio, sino que aplaudieron el vandalismo y el caos vivido en ciudades como Bogotá y Cali. 

Desde que Gustavo Petro perdió las elecciones presidenciales en junio de 2018 anunció que no dejaría gobernar al presidente Duque, quien hay que recordar le ganó, en democracia, con más de dos millones de votos de diferencia. Hasta diciembre de 2019, cada dos o tres días hubo una marcha o paro y en 2020, por obvias razones, las cancelaron. Así que la protesta de esta semana estaba planeada, así como tienen en cola mínimo dos más para el resto del año. Entre las razones que arguyeron está el riesgo de contagio que representa el esquema de alternancia para que los niños asistan a sus clases, así como los “efectos negativos” del proyecto de ley de Solidaridad Sostenible radicado por el gobierno. Pero esas no son las verdaderas razones para incentivar movilizaciones. Su objetivo es político y el único fin es desestabilizar el país y querer, por esa vía, ‘tumbar a Duque’, un presidente legítimo, elegido por más de 10 millones de colombianos. La estrategia de la izquierda y sus aliados es convocar a marchas y paros para generar caos y vandalismo, buscar que salga la Fuerza Pública y llevar a que alguno de los marchantes resulte herido o con alguna afectación. Claro, sin dejar atrás su persistente interés en deslegitimar a la Policía o al Gobierno Nacional, para luego  presentarse como adalides de la moral, cuando ellos son la verdadera fuente de destrucción y caos.

Sin duda el terrible balance que dejan estas protestas solo reafirma que quienes atizan estos hechos son los mismos con las mismas, esos que quieren gobernar a como de lugar sin importar que tengan que pisotear la salud y el bienestar de muchos ciudadanos; así como atacar las Instituciones e instar a la destrucción de los bienes públicos. Su actuar es el mismo: crear noticias falsas, manipular información e instar a la violencia para luego presentarse como “salvadores”, sin entender que este país lo que necesita son gobernantes serios, responsables y honestos que luchen contra la criminalidad, protejan la salud, promuevan el empleo digno y mejoren las condiciones de vida; verdaderos líderes que lleven las riendas del país con manos limpias, y no manchadas de sangre. 

No puedo dejar de lado las execrables agresiones a las que han sido sometidos más de 200 integrantes de la Policía Nacional, varios de ellos adscritos al Esmad. Esta vez no fueron ataques con piedras y palos, sino que han usado artefactos explosivos para intentar quemarlos vivos, mientras que otros como el patrullero Ángel Gaviria, en Cali, se debate entre la vida y la muerte luego de ser gravemente lesionado con arma blanca, y el capitán Jesús Solano, comandante de la Sijín de Soacha (Cundinamarca), quien murió tras el brutal ataque de unos criminales. Pero de eso se dice poco, reina el silencio ante la humillación y la brutalidad a que fueron sometidos quienes están para garantizar la seguridad y el orden. 

No deja de asombrarme la incoherencia de algunos mandatarios como la alcaldesa de Bogotá, a quien le sigue pareciendo urgente y necesario confinar a los ciudadanos de viernes a domingo con la excusa de frenar contagios, sin pensar en la afectación a los pequeños y medianos comercios, lo que está llevando a muchos al empobrecimiento. Lo curioso es que a los que protestan no les aplica el pico y cédula, ni cuarentena y mucho menos toque de queda. Palo para unos y condescendencias para otros.

Queridos lectores, bien hacemos en advertir que el riesgo de tener un gobernante irresponsable, incendiario, pésimo ejecutor, de corte similar al que tiene Venezuela, que los ha empobrecido, acabó la estructura productiva, disparó la inflación, arraigó la corrupción y la violencia, es latente en Colombia, y que por eso no nos cansamos de decir: ¡Ojo con el 2022! 

Es evidente que esos que atizan con regularidad el caos solo quieren desdibujar las Instituciones y el mandato del presidente de la República, a quien le ha tocado el momento más crítico del país en la última centuria, no sólo para manejar acertadamente la pandemia y sus efectos económicos y sociales, sino para ayudar a preservar la vida de los colombianos. Hoy más que nunca debemos apoyarlo y alzar nuestra voz de protesta para que esa hermandad incendiaria y mezquina que tienen algunos para gozar del caos, la destrucción, los saqueos y la violencia, no llegue jamás a gobernar nuestro país. 

Los que nos duele la Patria somos más, esos que estamos convencidos de que no es a través de las vías de hecho, ni del vandalismo que se construye país. 

María del Rosario Guerra

@CharoGuerra