Molesto por la gritería y el desorden circundantes, Luis XVI preguntó a su ayuda de cámara por qué había tanto bochinche.
“No es un bochinche, Majestad. Es una Revolución”.
Tiene la Historia una tendencia incontenible a repetirse. La Monarquía afrontaba una terrible crisis económica. Para superarla, no había otro medio que crear y aumentar impuestos, le dijeron al Rey sus Ministros de Economía. Como se trataba de salvar la Nación, era menester convocar los Estados Generales, para que ratificaran los nuevos tributos. Y así se hizo.
Cuando el pueblo se sublevó, la cosa se trató como un bochinche. El Rey, que no entendía, se sumó al coro y presidió con pompa el primer aniversario de la Toma de la Bastilla.
Los monárquicos tampoco entendieron cuando era tiempo de entender. Después, solo les quedó la fuga o la guillotina.
Sumen datos, amigos queridos. Crisis económicas, la fórmula salvadora de los impuestos, el menosprecio de las revueltas, los Ministros de Hacienda haciendo la Política.
Sigamos. Los partidos radicales, jacobinos y cordeleros, se toman el escenario y los moderados o de centro, los girondinos, se vuelven contra el Rey, pero ellos mismos terminan en el cadalso.
No queremos entender. El Presidente menospreció el Congreso, menospreció sus aliados naturales, menospreció el bochinche. Y ahora lo enfrenta con una Policía cuyo Jefe es el único que no se entera de lo que está pasando. Nadie se pregunta cómo se mantiene el General Vargas al mando de la Policía. Porque lo sostiene Duque, a quien sostiene la infinita admiración que tiene de si mismo.
A Bogotá la salvó el fenomenal aguacero que cayó el día de las marchas. Pero Cali no corrió con esa suerte y fue la víctima de ese colosal bochinche. Es entonces, siempre tarde, cuando el Presidente ordena llenar la ciudad de policías y soldados. Olvidó mandar a quien los dirigiera y se guardó las órdenes que debían cumplir. Tal vez de puro ocupado que estaba. Preparar una hora diaria de televisión no es asunto menor.
Las desgracias no andan solas. Vuelan en bandadas como los patos. Y a una Reforma Tributaria injusta, inoportuna, torpe, se suma la causa de las causas, como dijera Cicerón, que es el narcotráfico. Otra cosa que el Presidente no entiende. Y como no la entiende, no la enfrenta y menos la derrota.
Cuando arden las ciudades en Colombia, en parte por el Coronavirus y en parte por la Reforma Tributaria que supuestamente enderezará la carga económica de la pandemia, la cocaína sigue dueña del patio. La cocaína, con todos sus horrores: los desplazamientos, las muertes, los bloqueos de las vías, el contrabando, la absoluta inseguridad urbana.
Pero al Presidente le queda grande enfrentar los abusos de la Corte Constitucional y no es capaz de ordenar la fumigación aérea, único remedio eficaz contra los cultivos de la mata que mata. Y por eso pasa lo que pasa, y los del bochinche tienen tan amplia financiación como la que demanden. El General Vargas no sabe que el enemigo de sus hombres es mil veces rico y que mientras sea rico será invencible. Por eso, que el glifosato espere. Hay cosas más urgentes, ¿verdad?
No sabemos, al escribir estas líneas, lo que pase en la celebración del Día del Trabajo. El Presidente se unirá al ágape, tal vez, como Luis XVI a la Fiesta de la Revolución. No es improbable. Pero en pleno confinamiento las calles estarán atestadas y el bochinche será mayúsculo.
No es por exageración que vemos este momento como el más grave de la Historia de Colombia en los largos años que la hemos vivido. Sumen queridos amigos el narco tráfico triunfante, los campos amenazados, la Reforma Tributaria imprudente, las revueltas en las ciudades, el desempleo galopante, el hambre de tantos hogares y saquen conclusiones. Para que sepamos lo que nos viene pierna arriba y por lo menos no tengamos excusa a la hora del desastre final.
Llega este fin de semana con la noticia de que el Presidente está dispuesto a cambiar su proyecto, a reducir sus pretensiones alcabaleras, a renunciar a los puntos más urticantes de su Reforma. Nos parece que demasiado tarde. Ya ese farragoso articulado cumplió su cometido y ha servido como pretexto para un alzamiento que no tuvo respuesta. Es ridículo que semejantes desafueros solo dejen policías muertos o heridos, los daños enormes y un pequeño puñado de detenidos que pronto volverá a las calles. Y que no se nos olvide, los venezolanos de Maduro y Cuba que trajeron estilo y consignas y por casualidad cayeron presos, amenazados ¡Dios mío! con una deportación fulminante.
Estamos seguros, querido ciudadano, de que para usted lo que ha pasado no es un simple bochinche. De lo que no estamos seguros es de que tenga el Presidente espacio emocional para entenderlo.