Conocí al presidente Uribe hace más de 15 años, cuando él estaba al frente de los destinos de Colombia. Como empresaria, pero sobre todo como madre de familia, admiré y respaldé sus políticas. Gracias a él, los colombianos volvimos a tener esperanzas en el país y nuestros hijos -en mi caso, hijas-, tuvieron la oportunidad de crecer en una Colombia llena de oportunidades, en la que la amenaza terrorista fue reducida a niveles nunca antes vistos.
Desde el fondo de mi alma, quiero decirle a Usted, presidente Uribe, ¡Gracias!, gracias por su dedicación, por su abnegación, por seguir, día a día, acompañándonos y compartiendo con todos los que hacemos parte de la bancada del Centro Democrático su experiencia.
Usted, que ocupó dos veces la más alta dignidad que la República tiene reservada para sus hijos excelsos, en vez de pasar a disfrutar de un merecido descanso, tomó la decisión de continuar en el trabajo político, formando un partido que en la práctica se ha convertido en un semillero para nuevos liderazgos.
Como miembro del Centro Democrático, pero sobre todo como colombiana que nunca terminará de agradecerle por los beneficios que Usted le trajo a nuestro país, ratifico mi solidaridad, mi confianza y mi certeza de que el proceso en su contra es un vil montaje, urdido por sus enemigos, esos mismos que en distintas ocasiones hemos llamado “las viudas” del terrorismo.
Los grandes líderes, como Usted, han sido objeto de lamentables persecuciones. Aquellos que no se resignan a aceptar con humildad el veredicto de la democracia -esa misma que lo ha llenado de gloria a lo largo de su carrera política-, acuden a maniobras sucias para enlodar el honor de sus malquerientes. Quiero que sepa que desde nuestra orilla, lo acompañaremos leal y decididamente en esta trascendental tarea de evidenciar y quitar para siempre la infamia que han extendido sobre su dignidad.
Presidente Uribe: millones de colombianos no olvidamos lo que Usted ha hecho por todos nosotros. Nuestro país era invivible hace apenas 17 años. Guerrillas y paramilitares, grupos nutridos por el narcotráfico, tenían dominado a casi todo el territorio. Las carreteras eran intransitables. Los empresarios, sufrían los rigores de la violencia a través de extorsiones y secuestros. Los campesinos, desplazados.
La inversión cayó dramáticamente. Todas las industrias agrícolas estaban prácticamente paralizadas. Y Usted, con decisión y tesón, asumió el mando del Estado, resuelto a poner orden en la casa. Jamás olvidaré esa frase en su discurso de posesión, el 7 de agosto de 2002: “no vinimos a quejarnos; vinimos a trabajar”.
Y así fue: con mucho esfuerzo, en pocos meses, empezaron a verse los primeros brotes del reverdecimiento de la confianza. Los colombianos creímos en Usted y empezamos a salir de nuestras casas. Las carreteras, paulatinamente, se llenaron de vehículos y las fincas, volvieron a ser espacios para el desarrollo de proyectos productivos.
Los cultivos ilícitos, combustible de los terroristas, observaron una caída impresionante, gracias a la valentía de nuestros héroes de la Fuerza Pública. Muchos de ellos, perdieron su vida en la ardua labor de la erradicación.
Claro que Usted es un hombre inocente. Todas las acciones de su vida -pública y privada- han estado signadas por la transparencia y la decencia. A pocas horas de la indagatoria que tendrá que rendir ante el magistrado de la Sala de Instrucción de la Corte, quiero expresarle una vez más, señor Presidente, todo mi afecto, cariño y solidaridad.