Por: Nicolás Pérez
Senador de la República
Ninguno de nosotros nos esperábamos lo que está sucediendo. El 31 de diciembre del año pasado, cuando en familia nos comíamos las 12 uvas y proyectábamos lo que iba a ser el 2020, jamás nos imaginamos que a mediados de marzo nuestra rutina se iba a paralizar por completo.
Al Comienzo, cuando empezamos a conocer en los medios el surgimiento del coronavirus en China, quizás pensamos que por la distancia no nos íbamos a ver afectados, pero cuando la pandemia llegó a Europa el panorama cambió. Una vez tocó suelo Ibérico, era cuestión de horas antes que ingresara a nuestro País.
Y así fue. Ahora, dos semanas después del primer caso reportado ya llegamos a los 196, una de las tasas de crecimiento más rápidas del mundo. Por eso, tuvo razón el Presidente en decretar el aislamiento preventivo obligatorio por 19 días. Una decisión para nada fácil y con profundas repercusiones económicas, pero completamente necesaria para salvaguardar miles de vidas.
¿Qué hacer en este tiempo?
Esa es tal vez la pregunta más formulada estos días. Más allá de la puesta en marcha del teletrabajo, de las clases virtuales o de tratar de continuar nuestras actividades con la mayor naturalidad posible, este es un momento que debemos aprovechar para generar una profunda reflexión sobre nosotros mismos.
¿Hace cuánto tiempo no compartimos realmente en familia?Diría que mucho…
Nos reunimos para las fechas especiales. Por supuesto. Hacemos asados o nos vemos en una ocasión en particular, pero el ajetreo del día a día hace que estemos completamente desconectados de lo realmente importante.
Madrugamos y salimos de la casa apenas está saliendo el sol y volvemos mucho después del ocaso. Los menores ocupan la mayor parte del día leyendo y estudiando mientras que los grandes no nos desconectamos del mundo laboral por un segundo.
He escuchado a algunos decir que todo lo que está sucediendo es, en alguna medida, un llamado de atención de la naturaleza para que le bajemos al ritmo. Ahora, viendo en perspectiva la situación, ya no suena tan descabellado.
Vivimos en un mundo donde solamente importa producir, producir y producir, pero… ¿cuándo fue la última vez que los nietos se sentaron a escuchar las historias de los abuelos? ¿hace cuánto los padres no le preguntan a los hijos cuáles son sus sueños para el futuro? ¿cuánto tiempo pasó desde que los hermanos no observan juntos el álbum de fotos de aquel paseo donde conocieron por primera vez el mar?
Tristemente el mundo moderno hace que nos distanciemos cada vez más de los seres queridos. Pensar que un celular puede reemplazar el afecto de nuestros allegados es un error que cada vez más cometemos y del cual llegará el día en que nos arrepentiremos.
Además, por esas cosas de la vida en la mitad de la cuarentena cayó Semana Santa. Este espacio, que últimamente se había convertido en la oportunidad para salir de la ciudad a vacacionar, por primera vez en mucho tiempo se vivirá como un verdadero espacio de reflexión interior.
Por supuesto que el Coronavirus representa un reto sin precedente para nuestro País. Habrá implicaciones económicas y fiscales y las acciones que tome el Gobierno serán indispensables para evitar desabastecimientos, despidos masivos y escenarios de iliquidez.
Como congresistas continuaremos trabajando de la mano con el ejecutivo para lograr las mejores respuestas a las problemáticas que se generen. Sin embargo, ya que estamos inmersos en esta coyuntura, que esperamos no se lleve una sola vida en nuestro País, y no podemos hacer otra cosa distinta que resguardarnos en nuestras casas, aprovechemos este espacio para reencontrarnos con nuestra familia, reflexionar de lo que hemos hecho, lo que somos, lo que seremos y volver al seno del hogar que cuando niños jamás queríamos dejar, pero que de grandes nunca volvimos a encontrar.