José Félix Lafaurie Rivera
@jflafaurie

Mientras las redes de la izquierda y sus periodistas oficiosos chillan sin pausa que “la verdad” se fue con Otoniel, que la iba a “cantar” toda en una entrevista que no pudo ser y que, para variar, todo fue un arreglo marrullero del Gobierno, lo preocupante, lo grave es que la verdad, de verdad, se está yendo silenciosa por la puerta de atrás de la Comisión de… “la Verdad”.

Eclipsada por la extradición del bandido y por el cedazo en que ciernen las noticias los medios que todavía defienden el Acuerdo de la paz que no hemos visto y sus instituciones sesgadas, pasó derecho en redes y en medios, con honrosas excepciones, la renuncia del comisionado de “la verdad” Carlos Guillermo Ospina, mayor retirado del Ejército, a pocos meses de la presentación del informe final de… la Comisión “ídem”.

Se había demorado, porque si bien el militar creyó de buena fe en una institución en la que no cree más de medio país, terminó estrellándose con la realidad y su renuncia, más que una formalidad laboral, es una DENUNCIA de lo que ya sabíamos, de “la verdad a medias” que está por contarle al país… la Comisión “ídem”.

Dice la sabiduría popular que “al desayuno se sabe cómo será el almuerzo”, y aquí desayunamos mal desde el “Comité de Escogencia” de los 11 comisionados, el mismo que seleccionó a los magistrados de la JEP; compuesto por cinco personas, tres de ellas extranjeras, designadas por organizaciones que no se destacan por su neutralidad, sino, más bien, por su sesgo ideológico, como tenía que ser, pues fueron seleccionadas en una encerrona entre el gobierno Santos y las Farc.

De un Comité sesgado, pues salió una Comisión sesgada, desde su presidente, quien reconoció públicamente y con exaltación, que “Aprecio mucho a Pablo Beltrán, tengo realmente una verdadera admiración por él”, y afirmó que “El planteamiento mismo del ELN es muy de lo que en Colombia queremos”.

Su condición sacerdotal esconde bien semejante sesgo, que además permea a toda la Comisión, un escenario en el que el mayor Ospina era una piedra en el zapato, “diez contra uno”, y así se lo hicieron sentir, como manifiesta en su carta de renuncia: “Mi trabajo se ha tenido que desarrollar en un ambiente hostil al interior del Plenario de los comisionados; espacio en el que se ha hecho frecuente la descalificación y estigmatización…”.

A juicio de Ospina, el Informe Final “tiene serios problemas argumentativos, metodológicos y de narrativa (…) porque no se evidencia la pluralidad de voces y verdades…,”. Y más adelante concluye que “No encuentro garantías para que las ideas, posiciones y perspectivas que han surgido de mi trabajo como Comisionado sean acogidas…,”.

Esa falta de garantías fue evidente en 2020, cuando De Roux suspendió un evento organizado por Ospina, con participación del coronel Mejía, condenado por la justicia ordinaria y en proceso ante la transicional; es decir, en la misma condición de los cabecillas de las Farc, hoy senadores y locuaces protagonistas de los shows de la JEP.

La disculpa de tal arbitrariedad fue dizque el respeto a las presuntas víctimas de Mejía, preocupación ausente frente a las víctimas de las Farc. Muchos denunciamos semejante sesgo, incluido el exministro Pinzón, “regañado” por De Roux y conminado a rectificar.

La verdad no es absoluta ni patrimonio de nadie; el sesgo es miope y nos enfrenta a “la verdad a medias”, que no es sino una mentira. Bien lo dijo un poeta magnífico, Antonio Machado: “¿Dijiste media verdad?, dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad”.