Luis Guillermo Giraldo
(Publicado en el blog DiarioCriterio)
 
Se celebran, de tanto en tanto, aspectos de la firma de la paz. Solo se ven en esos actos risueños esplendores en los rostros de los celebrantes, como si todo ese larguísimo acuerdo estuviera marchando en y hacia la perfección. Pero también, de tanto en tanto, se le presentan a la opinión sobrecogedores y aterradores informes sobre el reclutamiento forzado de niñas y niños por parte de las Farc: 18.000, registrados. Esto último, al lado de los actos de conmemoración y después de las obligadas y no originales palabras de los congratulantes, queda una pregunta: y de las infancias secuestradas por esa guerrilla, ¿qué?

Tomemos algunos casos contenidos en el informe respectivo del “Instituto  de Ciencia Política Hernán Echavarría Olózaga”, casos testimoniados por quienes padecieron en la infancia semejante tratamiento.
En una vereda resuelven las Farc reclutar por la fuerza a varios niñas y niños. Los suben a un bus y, en medio de su llanto, ellos les suplican a sus captores que no se los lleven. Referenciado esto por los testimonios de algunas de las víctimas, me es fácil imaginar el drama subsiguiente. Custodiados por unos muy serios, armados y amenazantes guerrilleros, el bus arranca; los niños miran hacia atrás, hacia sus viviendas, quizás la última mirada posible hacia aquello que representa su querencia, sus padres y sus afectos; no existe la posibilidad de una despedida; los pequeños insisten en su súplica, pero la respuesta de los reclutadores es una amenaza y una orden terminante de que se callen.

Existen muchos otros casos, también documentados, más tristes que el anterior. En este siguiente, se cuenta de una niña de doce años que fue secuestrada o reclutada por las Farc con una compañerita de trece años, cuyo sueño, el de esta última, era el de convertirse en una porrista. Entrenamientos con fusiles vienen y van, y en algún descanso, esa niña, como tal y según lo son los niños, se dedicó a realizar unas vueltacanelas. Sometida por esa “falta” a consejo de guerra, hallada culpable, fue fusilada. Los encargados de dispararle fueron otros niños. Con un sadismo adicional: a su compañerita la obligaron a observar luego el cadáver. Esa era la forma como las Farc “educaban” a los niños secuestrados para sus combates y sus adicionales requerimientos y actuaciones.

En un Foro sobre la Infancia Reclutada, realizado hace unas semanas por Caracol Televisión, hay un testimonio de Sandra, secuestrada para los combates de las Farc cuando tenía doce años. Dice Ella, en palabras que guardan fidelidad a su testimonio: mis padres no tenían el dinero para pagar para que no me llevaran; entonces lo decidió el agente de las Farc: Ella se va con nosotros

Deshumanización y casi que sadismo. Los niños tratados, no solo  como si fueran mayores de edad, sino como objetos. Más barata su vestimenta y sus botas; menos cantidad de comida; menos exigencias de logística; más fácil adoctrinamiento; menos cuestionamientos; maleables y dóciles, con obediencia asegurada; fáciles instrumentos sexuales; usados como escudos humanos; más audaces en el combate por ser menos conscientes de los peligros; aguantan mejor y sin chistar el hambre y las privaciones.

Las Farc, sin embargo, lo niegan y aseguran que fue algo excepcional y que acogieron a los niños para protegerlos. Pero los documentos incautados dicen lo contrario. Los frentes crearon los Jefes de Personal, encargados de ese reclutamiento y ahí se han encontrado las hojas de vida de los menores secuestrados para el combate. Sandra, la que ya se citó, aseguró que de los catorce niños reclutados con ella, solo quedaron vivos dos. Y añadió: en el frente en el cual me correspondió actuar, más de la mitad de sus miembros éramos niños.

Como tengo mis barruntos de que la  JEP terminará acogiendo esas disculpatorias versiones de los guerrilleros, o por lo menos dejando sin castigo este grave e inmenso delito,  aquí pienso en la alta razón que acompañaba a Nietzche cuando proclamaba “la alta potencia de lo falso”.

Tema central del acuerdo es el  Sistema Integral de Verdad Justicia Reparación y No Repetición (SIVJRNR), que es como una seguidilla de esenciales, en la cual si lo anterior (la verdad, por ejemplo) no se da, no se conseguirá lo siguiente. Si las Farc niegan esto de las infancias secuestradas, y se les cree o se les obvia, no habrá verdad. Sin verdad no será posible la justicia y menos la reparación a las víctimas. Y lo que será más dañino, la impunidad será una garantía, no para no repetición, sino al contrario, garantía y ánimo para que nuevos actores, como ya se ven, y muy bien organizados, reinicien la repetición (así como se escribe, no redundante) de la violencia de la izquierda guerrillera.

Según refiere María Jimena Duzán en su libro “Santos”, una respuesta reiterada del expresidente, cuando le referían lo bajo de su popularidad, era: “Yo no gobierno para las encuestas, sino para la historia”. La Historia, si es que llegare a ser un tribunal, nos enseña que cada vez  y con el paso del tiempo, se juzgan las actuaciones humanas, menos con el rasero de sus resultados y sí mucho más desde una perspectiva ética. Al final de cuentas, cuando los historiadores del futuro lleguen a examinar este acuerdo de paz, seguramente con unos criterios éticos y humanos más estrictos que los de hoy, analizarán su fondo a través de la justicia y de las víctimas. Si estas, y en especial las niñas y los niños reclutados, después de que termine sus labores la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), no encontraren resultados reales o solo resultados de fachada,  se determinará que toda Colombia ha sido traicionada, en ese acuerdo, en este aspecto, el de las niñas y niños secuestrados por la guerrilla. Y la sentencia histórica será implacable: esa paz, en cuanto a la infancia obligada a combatir y a matar, fue una estafa moral.