Es muy curioso que no se le haya hecho la cuenta, en pesos y centavos, a la carrera que metieron los indígenas para regresar a sus casitas. Cuando habían prometido no volver sino después de que el Presidente Duque los recibiera; cuando iban a ser los payasos principales del circo de la nueva marcha nacional de protesta; cuando habían amenazado quedarse hasta finales del año en Bogotá, cumpliendo tantos compromisos como por aquí tenían, de pronto arman sus petates, asean el sitio donde estuvieron (se agradece el detalle) y salen en estampida. ¿Qué pasó?
Pues muy sencillo. Que mientras desafiantes y altaneros venían a Bogotá para sacarle al Gobierno quién sabe cuántas cosas nuevas de las muchas que acostumbran a sacarle, el Gobierno se les metió al rancho, lo llaman la retaguardia, y les destruyó e incendió 63 laboratorios para procesar pasta y cocaína. Lo que sorprende es que no se haya hecho la operación aritmética sencillísima que revela el valor del estropicio.
Logramos saber, después de mucha paciente pregunta, que en promedio cada instalación de esas respondía, kilo más o menos, de una tonelada por mes. Multiplicación sencilla: se les embolató la producción de 63 toneladas métricas mensuales de cocaína. Veamos lo que eso supone.
Siguiendo la línea matemática, hablamos de 63.000 kilos mensuales de clorhidrato de cocaína. No hagamos la cuenta de lo que esa enorme cantidad vale en el mercado de Nueva York, calculando el gramo a cien dólares, que es la cifra reconocida desde hace tiempo. Se nos funde la calculadora con tanto cero a la derecha. Así que limitamos la operación al precio en puerto colombiano, es decir, en cada manglar o salida al océano de los submarinos hechizos que usa la mafia para ese efecto. Pues empecemos: el precio de cada kilo del alcaloide se calcula en cinco millones de nuestros sobrevaluados pesos.
La sencilla multiplicación de los 63.000 kilos por los cinco milloncitos por unidad, arroja la bonita cantidad de trescientos quince mil millones de pesos al mes, o si se quiere el cálculo en un año, la interesante suma de tres billones setecientos un mil millones de pesosPor esa plata mete carrera cualquiera.
En esa cantidad astronómica de pérdida participan muchos. Los que vendieron o se comprometieron a vender la pasta; los que anticiparon la platica para pagarle al cultivador y para cubrir los costos del raspado de la hoja; los que financiaron los combustibles y precursores químicos; los que ya cubrieron los costos del viaje por el mar y los mafiosos en grande que están obligados con otros más fuertes a entregar el producto empacadito y reluciente, para que a su turno se satisfaga el apetito de los que saldrán a venderlo en las calles. Es una cadena larga y cada eslabón es más avariento, más exigente, más implacable y cruel.
Los expertos aseguran que pueden pasar muchas cosas desagradables en los próximos días. Insistamos en que en este negocio no se aceptan explicaciones. Se cumple o se muere.
Las reflexiones que nos hacemos y las cuentas que las acompañan nos obligan a otras de más calado. Porque nos ponen de presente el poder de esta mafia, insistimos que limitada al proceso que culmina con la entrega de la cocaína en puerto o frontera. Porque el asunto es mucho mayor cuando el producto viaja y llega a su destino. Pero no vamos a enredarnos ahora con cuentas tan absurdas que nos comunican con uno de los mayores negocios del mundo. No hay para qué.
Si sesenta y tres mil kilos que explican el carrerón de la Minga para su casa, antes de que el tema empeore, valen tres billones setecientos un mil millones de pesos, las más de mil toneladas métricas de producción nacional, montan, para el mafioso local y su cadena previa, insistimos, alrededor de sesenta billones de pesos.
Todo el sistema financiero colombiano produjo el año pasado utilidades por veintiún billones de pesos, habiendo sido año magnífico para los bancos y demás instituciones financieras, al decir de los entendidos. Luego la cocaína produce, FOB puerto o frontera, tres veces lo que gana el sistema bancario. Insistimos en que no hacemos la cuenta de la operación que sigue en el exterior, que se tramita en dólares y es muchas veces superior.
Si no fuera más que por abrir los ojos de los escépticos o de los que detestan las cuentas, bien empleada estuvo la Minga. Vale acercarse alguna vez a esta realidad asombrosa y repulsiva. Para que sepamos quién manda en Colombia, por qué asesinan tanta gente en Colombia, por qué la desplazan, por qué la maltratan de mil maneras. Y por qué el Gobierno no es capaz de fumigar desde el aire estos cultivos.