Por: Margarita Restrepo

Llegué a la Cámara de Representantes en 2014. Era mi primera experiencia política, pues toda mi vida profesional la había desarrollado en el sector privado donde conocí de primera mano las dificultades que aquejan a nuestra sociedad.

Después de 2010, cuando empecé a ver cómo Santos volvía añicos el legado del presidente Uribe resolví pasar de lleno a la acción política. Sabía que el uribismo no iba a dejarse doblegar por el traidor que estafó a millones de colombianos que creyeron que le daría continuidad a un modelo y programa de gobierno que había sido exitoso.

Junto a miles de uribistas salí a la calle en múltiples ocasiones para expresar mi descontento y preocupación. Cuando llegó la hora de construir un partido que enfrentara al régimen en las elecciones de 2014, me sumé al esfuerzo ciudadano de recoger las firmas que soportaran la presentación del grupo significativo que respaldó la presentación de unas listas al Congreso.

Me sentí profundamente honrada cuando me invitaron a hacer parte de la plancha de candidatos a la Cámara por Antioquia.

Gracias al apoyo, al cariño y a la confianza que depositaron en nosotros durante las elecciones de 2014, pude acceder a una curul. Desde mi llegada al Capitolio prometí que trabajaría denodadamente por la protección de los niños colombianos.

Uno de los dramas humanos que más me ha impactado desde siempre es el del reclutamiento forzado de menores, crimen de lesa humanidad que arroja decenas de miles de víctimas en nuestro país sin que aquellas hayan sido visibilizadas y mucho menos resarcidas.

Mi acceso a la Cámara coincidió con las moralmente reprochables conversaciones entre el gobierno de entonces y el grupo terrorista de las Farc.

Elevé mi voz para reclamar justicia en el manejo de los niños reclutados por las Farc. Exigí transparencia por parte de los negociadores del gobierno y demandé la desvinculación total e inmediata de los miles de niños en poder de la guerrilla. No lo logré y tengo que decir, con frustración e indignación, que en ese aspecto hubo una tremenda complicidad por parte de los delegados de Santos.

Durante mi primer periodo hice parte de la comisión séptima, desde donde impulsé importantes iniciativas. Una de ellas, la ley que fija los lineamientos del tamizaje neonatal, práctica que es fundamentalísima para identificar enfermedades y condiciones en las criaturas recién nacidas con el fin de implementar los procedimientos médicos necesarios para asegurarles un buen desarrollo y crecimiento.

Busqué mi reelección en 2018, acompañando la candidatura del hoy presidente Iván Duque y consolidando al Centro Democrático en partido de gobierno y en la colectividad con una de las bancadas más importantes y sólidas del Congreso de la República.

Estos 4 años han sido muy intensos. Tuvimos que soportar la presencia de terroristas impunes en el Capitolio, disfrutando de las curules gratuitas que les dio Juan Manuel Santos, a pesar de que nosotros, mayoritariamente votamos por el NO en el plebiscito de 2016 con el que se buscó la refrendación popular del acuerdo Santos-Timochenko.

Hemos debatido con fiereza para mantener vigentes los principios de nuestra democracia. Respaldé la agenda legislativa del gobierno e impulsé y saqué adelante un proyecto de mi autoría y del que me siento profundamente orgullosa: la norma que endurece las condenas de los responsables del delito de reclutamiento forzado. Aquel que separe a un niño de su hogar para llevarlo a un ignominioso campamento terrorista, se enfrenta, gracias a la ley que logré aprobar, a 23 años de cárcel.

En las próximas columnas ahondaré en los aspectos centrales de lo que he hecho y proyecto seguir haciendo desde el Congreso de la República y por eso, muy humildemente, presentaré mi nombre a consideración de mis coterráneos con la esperanza de que confíen en mis manos su representación durante un cuatrienio más.