Por: John Harold Suárez Vargas,

Senador de la República.

No cabe ninguna duda que nada genera más sentimiento patrio que los triunfos de nuestros deportistas en el exterior. Ellos con sus logros llevan al mundo la cara positiva de nuestro país, superando el efecto de cualquier multimillonaria campaña publicitaria.

La pregunta es, ¿si nos sentimos tan orgullosos de ellos, por qué los presupuestos municipales, departamentales y nacionales son en ocasiones tan miserables para con quienes nos despiertan el amor patrio? Es por eso que en la discusión del presupuesto nacional 2022, radicado en el Congreso esta semana por el Gobierno Nacional, no apoyaremos ninguna reducción en los recursos para el Deporte; por el contrario, en medio de la estreches fiscal, buscaremos que estos sean aumentados. En igual sentido radicamos nuevamente en esta nueva legislatura el PL del Fondo Municipal para el deporte, para que los alcaldes no evadan su responsabilidad de destinar recursos para el desarrollo del deporte, el cual solo es utilizado en discursos de campaña, pero una vez en el poder, los deportistas y entrenadores reciben un trato despectivo y politizado, y solo manipulados para foto oportunista ante un triunfo de estos.

También como espectadores, somos mezquinos con nuestros deportistas ante los fracasos, ignorando la historia y el drama personal que hay detrás de cada uno de ellos, su sacrificio en las fases de preparación y entrenamiento; el sacrifico de sus familias, de sus entrenadores, quienes se vuelven para ellos padres, confidentes, hasta psicólogos y en muchas ocasiones comparten sus menguados ingresos para dar alguna ración alimentaria, implementos deportivos o ayuda económica para ir a alguna competencia. 

El deporte colombiano no puede seguir en la mendicidad. En algunos casos, la dirigencia deportiva no puede seguir en manos politiqueras, clientelistas; muchos rodeados de escándalos de corrupción por el manejo burocrático e ineficiente que se da a los recursos, donde no se respeta a la familia del deporte. 

Ayer celebramos los 50 años de los Juegos Panamericanos de Cali, un evento que partió en dos la historia de la ciudad y la catapultó a nivel internacional al punto de ser denominada la ‘Capital Deportiva de América’. No solo hubo desarrollo de infraestructura deportiva como la construcción del Coliseo del Pueblo, las piscinas olímpicas, entre otras; también se hicieron obras como el aeropuerto de ‘Palmaseca’, la avenida Pasoancho, la autopista sur, las cuales fueron claves para el desarrollo de la ciudad.

Lo anterior es un ejemplo de las bondades del turismo deportivo, un sector de la economía que solo en España al cierre de 2019 generó ingresos a este país de más de 1.430 millones de Euros. La sinergia entre turismo y deporte, es uno de los caminos que debemos tomar para la reactivación económica. Si bien es cierto las restricciones sanitarias por la pandemia continuarán por un tiempo, es una estrategia que beneficia a múltiples sectores: transporte, hotelería, gastronomía, comercio, ropa deportiva, publicidad, medios de comunicación, etc. Es el momento de hablar de la “Industria del Deporte”, y ya dimos un primer paso en esta dirección cuando el Congreso de la República aprobó mi proposición de incluir al “Turismo Deportivo” en la Ley 2068, “Ley del Turismo”.

Para el sector público y privado ha llegado la hora de pagar esa deuda con el deporte olímpico, para olímpico, y dar a sus actores el reconocimiento que se merecen:  deportistas, entrenadores, monitores y cuerpo de jueces y crono metristas. 

Es hora que los gobernantes entiendan la importancia multidimensional del deporte y todos los beneficios sociales que trae consigo, pues no solo se logran reconocimientos a nivel competitivo, sino también un cúmulo de efectos sociales como la prevención de enfermedades crónicas no transmisibles, de la drogadicción tabaquismo, e incluso previene el reclutamiento de nuestros niños y jóvenes por parte de grupos armados ilegales.