Soy fiel testigo del milagro de la vida. Tengo la dicha de ser madre de tres hijos varones, concebidos en el seno de un hogar que valora y respeta ese maravilloso regalo de Dios que es la vida.

 

Cada momento vivido durante el tiempo de gestación creó una conexión especial de mi esposo y mía con cada uno de los hijos en el vientre, que se ha acrecentado, con mucha más fuerza, con el correr de los años. Si bien ser madre no es tarea fácil, si son más las alegrías que se tienen por el afecto, las caricias y los logros de los hijos, que las preocupaciones y tristezas que vivimos por las dificultades de los procesos de crecimiento y desarrollo de ellos.

 

Con la entrada de la mujer a la vida laboral, en hora buena, y la rápida urbanización, con sus implicaciones en el cambio de condiciones de vida, nos ha exigido a las mujeres, en especial aquellas que somos madres, aprender a conciliar la vida familiar con la profesional. Pero algunas mujeres para no sacrificar su vida profesional o para lograr mejores condiciones socioeconómicas familiares han decidido posponer la maternidad. Unas retrasando la conformación de la familia; otras, que han formado su hogar, demorando la concepción; y otras, muy tristemente, abortando.

 

Haber concebido un hijo no puede ser un problema u obstáculo en la vida de una mujer. Y la salida que planteen las instituciones del Estado cuando una mujer no desea continuar con la gestación, no puede ser acabar con la vida que hay en el vientre de la madre; porque la adopción siempre será una opción.

 

Revisemos el caso de Gianna Jessen, una mujer de 34 años que sobrevivió al procedimiento de aborto al que la sometieron sus jóvenes padres cuando tenía siete meses de gestación. Ella, milagrosamente sobrevivió al procedimiento de inyección con solución salina, un fluido que se inyecta en el vientre de la madre para terminar con la vida del bebé.

 

Ella está viva. La parálisis cerebral que padece, provocada por la falta de oxígeno a su cerebro, mientras trataba de sobrevivir a los efectos del aborto salino al que fue sometida, no ha sido impedimento para que hoy sea feliz y pueda decir: “viví en vez de morir”.

 

Esta misma suerte no la corrió Juan Sebastián, un bebé de siete meses de gestación que fue abortado porque según su madre “psicológicamente no se encontraba bien”; que es precisamente una de las causales despenalizadas por la Corte Constitucional para abortar en Colombia.

 

Este feticidio sacudió al país y nos movió a levantar nuestra voz a todos aquellos que defendemos la vida desde la concepción hasta la muerte natural. No entendemos cómo un embarazo que fue planeado y acordado entre dos personas adultas y conscientes de lo que ello implicaba, terminó en un homicidio.

 

Entiendo que la mujer pueda decidir sobre su vida sexual, pero esa libertad no es absoluta y entra a ser cuestionada cuando sus decisiones afectan la dignidad de otro ser vivo, en este caso, el bebé en gestación. Desde esa perspectiva me pregunto: ¿por qué debemos privilegiar los derechos de una persona que puede hablar y defenderse (la madre), a aquel que está en el vientre, el que se supone debería ser su lugar más seguro, que está en riesgo de ser asesinado?…

 

La mujer embarazada necesita ser apoyada, acompañada y comprendida, porque es cierto que durante el período de gestación se viven momentos de incertidumbre y preocupación, pero también muchos de alegría. Es una nueva vida y responsabilidad. Por ello, el Estado a través del sistema de salud, y la familia y organizaciones de la sociedad que trabajan por la vida, deben hacer el mayor esfuerzo para no dejar sola  a aquellas mujeres con dudas sobre su embarazo. Una vida que se permita vivir es un gran logro y bendición de Dios.

 

El aborto no es la solución; no solo destruye una vida inocente sino que deja en los padres y en la sociedad un enorme vacío.